Pero desde el momento en que el sueño individual del alquimista fuese realizado colectivamente por
toda una sociedad, y sobre el único terreno en que era colectivamente realizable —el de las ciencias físico-químicas y la industria— la defensa contra el tiempo dejó de ser posible. La trágica grandeza del hombre moderno está vinculada al hecho de que ha tenido la audacia de asumir, frente a la Naturaleza, la función del tiempo. Hemos visto hasta qué punto sus espectaculares conquistas realizan, sobre un plano totalmente distinto, los sueños del alquimista. Pero aún hay más: los hombres de las sociedades modernas han acabado por asumir el papel del tiempo, no solamente en sus relaciones con la Naturaleza, sino también con relación a sí mismos. En el terreno filosófico se ha reconocido, esencial y tal vez únicamente, como un ser temporal constituido por la temporalidad y orientado a la historicidad. Y el mundo moderno en su totalidad, en la medida en que reivindica su propia grandeza y asume su drama, se siente identificado con el tiempo, tal como le invitaron a hacer en el siglo xix las ciencias y las industrias, al proclamar que el hombre puede obrar más aprisa y mejor que la Naturaleza, a condición de penetrar, con su inteligencia, en los secretos de ésta y suplir con su trabajo al Tiempo, las múltiples duraciones temporales (los tempo geológico, botánico, animal) exigidas por la Naturaleza para llevar a término sus obras. ¿Cómo imaginar una vacilación del hombre ante las fabulosas perspectivas que le abrían sus propios descubrimientos? Pero no se puede olvidar tampoco el tributo ineluctable: no podía sustituir al tiempo sin condenarse, implícitamente, a identificarse con él, a hacer su obra incluso cuando no sintiera deseos de hacerla.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .