El hombre religioso, el monje, el sannyasi puede haber renunciado a las cosas mundanas propiedad,

dinero, posición e incluso, tal vez, prestigio-, pero su interés propio sólo ha sido transferido a un nivel más alto. El se identifica a sí mismo con su salvador, con su gurú, con su creencia. Y esta misma identificación, este empeño en dedicar todos sus pensamientos y sentimientos a una figura, a una imagen, a alguna esperanza mítica, constituye el interés propio. Por lo tanto, donde hay interés propio uno tendería a pensar que está la raíz misma de este terrible nacionalismo, esta división de la gente, de razas, de países. Un interés propio semejante origina la estrechez de la mente, de modo que ésta pierde elasticidad y es incapaz de una acción ágil, perceptiva. El técnico tiene una ágil adaptabilidad en el campo de la técnica; puede cambiar de una técnica a otra, de un negocio a otro, e incluso de una creencia a otra o de una nacionalidad a otra, pero estas limitadas adaptabilidad y elasticidad de la mente no ofrecen libertad. ¿Cómo puede un hombre que se ha consagrado a una creencia o ideología particular, tener una mente y un corazón infinitamente flexibles, como una brizna de hierba que se doblega pero que, no obstante, permanece sin romperse? De modo que el burgués es una persona que está apegada a la propiedad, al dinero y al interés propio. Puede usted preguntarle a su esposa o a su amigo si en la relación de ustedes hay interés propio. Si usted quiere que ella o él se ajusten a la imagen que tiene de ellos, eso es interés propio. Pero no tener imagen alguna y, sin embargo, señalar ciertos hechos físicos o psicológicos, eso no es interés propio.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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