Notaremos, incluso en esta ocupación, una claridad tan animosa para nosotros como gloriosa para el
supremo autor de nuestra existencia. Si nosotros sentimos que no podemos regenerarnos nada más que en tanto en cuanto nos convirtamos en una palabra del Dios de los seres, es una prueba de que el Dios de los seres es también, por sí mismo, una palabra viva y poderosa, puesto que nosotros somos su imagen, y, a partir de entonces, nuestra similitud con Él se nos presenta de la forma más natural, más instructiva y más suave, puesto que en todo momento podemos convencernos de esta similitud y demostrar que en todos los instantes nosotros tenemos a Dios, lo mismo que Dios nos tiene a nosotros. Además, lo que manifiesta plenamente la gloria de este Dios supremo y la naturaleza espiritual de nuestro ser es que, a pesar de la dignidad y la fuerza de la palabra que hay en nosotros, no podemos esperar su renacimiento y su desarrollo nada más que en la medida en que la propia palabra Divina venga a reanimar la nuestra y a devolverle su actividad, aprisionada por las cadenas de nuestra prevaricación. Esto es, en resumen, sentir irresistiblemente que la palabra es absolutamente necesaria para establecer la palabra, axioma que ha pasado a las ciencias humanas y cuyo imperio indestructible se ha mostrado a los que no se han ocupado nada más que de las lenguas convencionales.
Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .