Sigamos examinando el deseo. Conocemos, ¿no es así?, el deseo, el cual se contradice a

sí mismo, se tortura, empuja en direcciones diferentes; conocemos la pena, el trastorno, la ansiedad del deseo, y los intentos de disciplinarlo, de controlarlo. Y en la perpetua batalla que sostenemos con él lo retorcemos fuera de toda forma reconocible; pero está ahí, constantemente vigilando, aguardando, apremiando. Haga uno lo que hiciere, sublime el deseo, escape de él, lo rechace, lo acepte o le dé rienda suelta... está siempre ahí. Y sabemos cómo los instructores religiosos y otros han insistido en que debemos estar exentos de deseos, cultivar el desapego, lo cual es realmente absurdo, porque el deseo ha de ser comprendido, no destruido. Si ustedes destruyen el deseo, pueden destruir la vida misma. Si desnaturalizan el deseo, si lo moldean, lo controlan, lo dominan, lo reprimen, pueden estar destruyendo algo extraordinariamente bello.

Jiddu Krishnamurti . El Libro de la Vida .

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