Esta hondonada, que a Tyndall le parece tan infranqueable como la neblina ígnea en que

envuelve la causa agnoscible, no es obstáculo alguno para la intuición espiritual. El profesor Buchanan, en sus Bosquejos de conferencias sobre el sistema neurológico en Antropología, escritos en 1854, señala el modo de echar un puente sobre tan temerosa hondonada. Aquí tenemos una de aquellos trojes donde se almacena parcamente la semilla mental de futuras y copiosas cosechas. Pero el edificio del materialismo se basa enteramente sobre los toscos sótanos de la razón. Cuando los maestros de la ciencia hayan llegado al límite extemo de su capacidad, podrán a lo sumo revelarnos un mundo de moléculas animadas por secreto impulso. El más acertado diagnóstico de la enfermedad que aqueja a los científicos, lo encontraremos con sólo una ligera substitución de palabras, en la crítica a que Tyndall somete la mentalidad del clero ultramontano. En vez de “sacerdotes” pongamos “científicos”; en lugar de “pasado precientífico” leamos “presente materialista”, y reemplacemos “ciencia” por “espíritu”. El pasaje siguiente nos traza un vivo retrato, pintado por mano maestra, del científico moderno: “... Sus sacerdotes viven tan apegados al precientífico pasado, que aun los más poderosos talentos son refractarios a las verdades recientes. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen; porque ojos y oídos se convierten a visiones y sonidos de otros tiempos. Desde el punto de vista científico, el cerebro de los ultramontanos es poco menos que infantil. Pero no obstante ser tan niños en conocimiento científico, tienen suficiente poderío espiritual entre los ignorantes para inducirles a prácticas que sonrojan a los de más claro juicio” (23). El ocultista les dice a los científicos que se miren en este espejo.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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