Una vez, a Herb McGlinchey, el dirigente de un distrito de Filadelfia, le siguió a
todas partes un periodista que intentaba escribir un artículo documental sobre cómo pasa el día un político muy ocupado. La capacidad de beber de McGlinchey era legendaria. Al final del día, McGlinchey estaba todavía fresco y vivaz, pero el reportero que seguía a McGlinchey, al volver al bar de la sede del club del distrito cuarenta y dos estaba como una cuba y estaba echando una cabezada sentado en el bar con la cabeza entre los brazos. McGlinchey le estaba susurrando al oído: «McGlinchey es el mejor. McGlinchey es fantástico.» «¿Qué estás haciendo?», le preguntó un ayudante. «¡Calla!», se cuenta que dijo McGlinchey. «Le estoy hablando a su subconsciente. ¡Vamos a ser los dueños de este tipo!».
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