El hombre reside, pues, en los cielos “formales”, durante un período determinado por la abundancia
de materiales recogidos sobre la tierra. Todo lo bueno que ha podido cosechar en la última vida personal encuentra allí su completo desarrollo, su realización total, hasta en los pormenores. Después, según hemos visto, cuando todo está extinguido, apurada ya la última gota del cáliz de la dicha y consumida la última migaja del festín celeste, todo cuanto se ha transformado en facultad, todo lo de valor permanente, queda absorbido en el interior del cuerpo causal, y el Pensador se despoja de los últimos restos del cuerpo mental, por medio del que ha manifestado sus energías en las regiones inferiores del mundo celeste. Despojado del cuerpo mental, continúa en su propio mundo a fin de elaborar cuantos elementos de la cosecha asimilada puedan encontrar en esta región elevada materiales propios para su expresión.
Annie Besant . La sabiduría antigua .