Y tú, Israel, cuando se te envió a Babilonia, ¿esperabas ver la reconstruc- ción de

tu templo? ¿No tomaste como una burla y un engaño el consejo que te daba Dios por medio de sus profetas, para que te entregases sumiso a las ma- nos del rey de Asiria, sin poder persuadirte de que este Dios tuviese para ti designios beneficiosos y saludables? Finalmente, pueblo escogido que te con- sumes por tercera vez en la esclavitud, ¿no recuerdas las palabras de tu legisla- dor, ¡Ay si supiesen cómo van a terminar todas estas cosas! (Deuteronomio, 32,29)? ¿No te das cuenta de que, sin esta triple prueba, no habrías sido sufi- ciente para mantener la majestad de tu Dios?.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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