No obstante su aparente politeísmo, los antiguos, por lo menos los de las clases ilustradas,

eran ya monoteístas muchísimos siglos antes de Moisés. Así lo comprueba el siguiente pasaje entresacado de la primera hoja del Papiro de Ebers: “De Heliópolis vine con los magnates de Hetaat, los Señores de Protección, los dueños de la eternidad y de la salvación. De Sais vine con la Diosa-Madre que me otorgó su protección. El Señor del Universo me enseñó a librar a los dioses de toda enfermedad mortal”. Conviene advertir que los antiguos daban título de dioses a los hombres eminentes, y por lo tanto, la divinización de los mortales y considerarlos como dioses no prueba que fuesen politeístas, de la propia suerte que tampoco sería justo calificar de politeístas a los cristianos porque veneran las imágenes de sus santos. Los norteamericanos de hoy día no merecen ciertamente que de aquí a tres mil años les tilde la posteridad de idólatras, por haber levantado estatuas a Washington. Tan secreta era la filosofía hermética, que a Volney le pareció que los antiguos adoraban como divinidades los símbolos materiales y groseros, siendo así que eran meras representaciones de principios esótericos. También Dupuis, no obstante haber estudiado detenidamente este problema, equivoca la significación de los símbolos religiosos y los atribuye exclusivamente a la astronomía. Eberhart y otros autores alemanes de los siglos XVIII y XIX tratan de la magia con menores escrúpulos y la derivan de los mitos platónicos del Timeo. Pero ¿cómo era posible que estos eruditos, sin la agudísima intuición de un Champollión, descubrieran el significado esotérico de cuanto el velo de Isis no dejaba traslucir sino a los adeptos? Nadie regatea la valía de Champollión como egiptólogo. A su juicio, todo comprueba que los antiguos egipcios fueron esencialmente monoteístas, y gracias a sus indagaciones está demostrada en los más nimios pormenores la exactitud de los escritos de Hermes Trismegisto, cuya antigüedad se pierde en la noche de los tiempos. Sobre ello dice también Ennemoser: “Herodoto, Tales, Parménides, Empédocles, Orfeo y Pitágoras aprendieron en Egipto y demás países orientales filosofía natural y teología”. Por nuestra parte recordaremos que en Egipto se instruyó Moisés y pasó Jesús los años de su primera juventud. En aquel país se daban cita todos los estudiantes del mundo conocido antes de la fundación de Alejandría. A este propósito, pregunta Ennemoser: ¿Por qué se sabe tan poco de los Misterios al cabo de tanto tiempo y a través de tantos países? Por el universal y riguroso sigilo de los iniciados, aunque igualmente puede atribuirse a la pérdida de las obras esotéricas de la más remota antigüedad. Los libros de Numa, encontrados en la tumba de este monarca y descritos por Tito Livio, trataban de filosofía natural, pero se mantuvieron en secreto a fin de no divulgar los misterios de la religión dominante. El senado romano y los tribunos del pueblo mandaron quemarlos en público” (33).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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