Claro está que no hay que confundir continuidad con identidad. La «situación» del alquimista chino

no podía ser la del herrero o los místicos arcaicos. «Entre los taoístas, cuyo horno alquímico es heredero de la antigua fragua, la inmortalidad no es ya (al menos después de los segundos Han) el resultado de la fundición de un utensilio mágico que exigiera un sacrificio a la forja, sino que la adquiere aquel que haya sabido producir el 'divino cinabrio'. A partir de este momento existía un nuevo medio de divinizarse: bastaba con absorber el oro potable o el cinabrio para igualarse a los dioses.» El alquimista, sobre todo en la época neotaoísta, se esforzaba en buscar una «antigua sabiduría» superada, adulterada o mutilada por la propia transformación de la sociedad china. El alquimista era un letrado: sus predecesores —cazadores, alfareros, herreros, danzarines, agricultores, místicos— vivían en el seno mismo de las tradiciones que se transmitían oralmente por ceremonias de iniciación y «secretos de oficio». En principio, el taoís-mo se había orientado con simpatía, incluso con fervor, hacia las representaciones de estas tradiciones: es lo que se ha dado en llamar la manía de los taoístas por las «supersticiones populares», técnicas dietéticas, gimnásticas, coreográficas, respiratorias, prácticas extáticas, mágicas, chamarileas, espiritistas, etc. Todo hace pensar que en el nivel «popular» en que se las buscaba ciertas tradiciones habían sufrido ya numerosas alteraciones; no hay más que recordar las variaciones aberrantes de ciertas técnicas chamánicas del éxtasis (véase Chamanismo, pp. 398 y ss.). Los taoístas presentían, sin embargo, bajo la costra de tales «supersticiones», fragmentos auténticos del «antiguo saber» y se aplicaban a recogerlos y, en definitiva, a apropiárselos.

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

Índice