Al descender un poco más, uno casi pisa a una codorniz rodeada de una docena
o más de crías. Éstas se desparraman entre los arbustos cercanos, y la madre también desaparece en un arbusto y todas se llaman entre sí. Uno baja un poco y, si tiene la paciencia de esperar, pronto vera reunirse a todas las crías bajo el ala de la madre. Se está fresco ahí arriba, y las aves aguardan a que el sol caliente el aire y la tierra. Cuando uno desciende más aún al otro lado del pequeño torrente, pasa por un prado que está perdiendo casi todo su verdor, y entonces regresa a la casa, bastante exhausto pero vivificado por el paseo y por el sol matinal. Y ahí están los naranjos con sus brillantes frutos amarillos, los rosales y los laureles, así como los altos eucaliptos. En la casa todo se halla muy tranquilo.
Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .