Tres clases de causas ejercen sus efectos sobre su creador y en todo lo que

éste influye. La primera de estas causas está constituida por nuestros pensamientos. El pensamiento es el factor más poderoso en la creación del Karma humano, porque manifiesta la operación de las energías del Yo en la materia mental, materias cuyas modalidades más sutiles forman el vehículo mismo de la individualidad y cuyas especies más densas responden todavía con prontitud a las menores vibraciones de la conciencia. Las vibraciones que designamos con el nombre de pensamiento, consecuencia directa de la actividad del Pensador, originan forma de substancia mental o imágenes mentales que, según hemos visto, modelan el cuerpo mental del Pensador. Cada pensamiento modifica este cuerpo, y las facultades mentales innatas de cada vida son el resultado del funcionamiento del pensamiento en las vibraciones anteriores. No hay poder razonador ni mental que no haya sido creado por el hombre mismo con el auxilio de pensamientos pacientemente repetidos. Además, ni una sola de las imágenes mentales así creadas se pierde; todas ellas contribuyen a la formación de las facultades, y la suma de un cuerpo cualquiera de imágenes mentales sirve para construir una facultad correspondiente, que se acrecienta por cada pensamiento adicional, es decir, cada vez que se crea una imagen mental del mismo orden. Conociendo esta ley el hombre puede gradualmente construir el carácter mental que desee poseer, pudiendo efectuar con precisión semejante a la del albañil que levanta una pared. La muerte no interrumpe su obra; al contrario, librándole de las trabas del cuerpo, facilita el proceso de asimilización de las imágenes mentales en el órgano definido que denominamos facultad. El hombre trae consigo esta facultad cuando vuelve al plano físico, presto a renacer, y una parte del cerebro de su nuevo cuerpo se adapta para servir de órgano a esa facultad, del modo que se verá más adelante. El conjunto de esas facultades constituye el cuerpo mental con el que comienza su nueva vida sobre la tierra; y su cerebro y su sistema nervioso se conforman dé manera que suministran al cuerpo mental los necesarios medios de expresión en el plano físico. Así, las imágenes mentales creadas en una vida aparecen como características y tendencias mentales en la siguiente. Por eso dice uno de los Upanishads: “El hombre es un ser de reflexión; lo que refleja en esta vida llega ser en la siguiente” Tal es la ley que pone en mano la construcción de nuestro carácter mental. Si construimos bien, la ventaja y el honor serán nuestro premio; y si hacemos mal, nos acarrearemos pérdida y disgusto. El carácter mental es, pues, un sorprendente ejemplo del Karma individual en su acción sobre el individuo que lo crea. Además, este mismo individuo que estudiamos, influye sobre los otros con su pensamiento, pues las imágenes que construyen su propio cuerpo mental, originan en el espacio vibraciones del mismo orden y se reproducen en formas secundarias, Los pensamientos se encuentran, por lo general, mezclados con algún deseo, y sus formas contienen además cierta porción de materia astral, por lo se designa aquí a esas formas de pensamientos secundarios con el nombre de imágenes astro-mentales. Semejantes formas destácanse del ser que las crea para vivir independientemente, en cierto modo, permaneciendo, sin embargo, en relación con él por un lazo magnético. Se ponen así en contacto con los demás individuos a que afectan y establezcan lazos kármicos entre ellos y él, influyendo además en cierta medida sobre el ambiente futuro del individuo considerado. Atase así los lazos que, en vidas ulteriores, han de agrupar a ciertas personas para el bien o para el mal, los lazos que nos rodean de parientes, amigos y enemigos, poniendo en nuestro camino a los que están destinados a ayudarnos o a combatirnos, a los que han de favorecernos y a los que han de perjudicarnos. He aquí por qué unos nos aman sin que hayamos hecho en esta vida nada para ello, mientras que otros nos odian aunque tampoco hayamos hecho nada para merecer su odio. El estudio de estos resultados nos permite formular un principio fundamental: al mismo tiempo que nuestros pensamientos obran sobre nosotros, creando nuestro carácter mental y moral, determinan, por su acción sobre el prójimo, nuestros futuros asociados humanos. La segunda clase de energías se compone de nuestros deseos, de nuestro apetito respecto a los objetos que nos atraen desde el mundo exterior. Como quiera que en los deseos del hombre haya siempre un elemento mental, podemos extender el término “imágenes mentales” para incluir en él las que se manifiestan en gran parte en la materia astral. Los deseos, al obrar sobre el que los crea, construyen y modelan su cuerpo de deseo o cuerpo astral, y labran su destino en el Kamaloka tras la muerte, determinando, en fin, la naturaleza del cuerpo astral de su próxima encarnación. Cuando los deseos son bestiales, intemperantes, crueles o asquerosos, son causa fecunda de enfermedades congénitas, de cerebros débiles y enfermos que engendran la epilepsia la catalepsia, y desórdenes nerviosos de toda suerte. De ahí proceden también las deformidades y deformaciones físicas, y en los casos extremos las monstruosidades. Los apetitos bestiales de naturaleza anormal pueden establecer en el mundo astral lazos que retengan por algún tiempo al Ego, en un cuerpo astral formado por dichos apetitos, en sujeción al cuerpo astral de los animales en quienes sean peculiares dichos apetitos, retardando así su reencarnación. Cuando el individuo no sufre esta pena, su cuerpo astral, en forma de bestia, imprime a veces la huella de sus características en el cuerpo físico en formación durante el período prenatal. Tal es el origen de los monstruos semi-humanos que aparecen de cuando en cuando. Siendo los deseos fuerzas de exteriorización que se apegan a los objetos externos, impelen siempre al hombre hacia el medio en que pueda satisfacerlos. El deseo de las cosas terrestres sujeta al alma al mundo exterior y la arrastra hacia el lugar donde los objetos deseados pueden obtenerse más fácilmente. Por eso se dice que el hombre nace según sus deseos. Los deseos son, pues, una de las causas determinantes del lugar de la reencarnación. Las imágenes astro-mentales producidas por los deseos ejercen sobre nuestros semejantes una acción análoga a la de las imágenes de igual naturaleza producidas por los pensamientos. Los deseos, por consecuencia, nos ligan también a los demás hombres. Nos ligan comúnmente por los poderosos lazos del amor y del odio, pues en el grado actual de evolución, los deseos de un hombre vulgar son, por lo general, más fuertes y sostenidos que sus pensamientos. Desempeñan, pues, un gran papel en la determinación del ambiente social de las vidas futuras y pueden ponerle en contacto con algunas personas y someterle a ciertas influencias, sin que pueda sospechar las relaciones, que hay entre ellas y él. Supongamos que un hombre que, emitiendo un pensamiento de odio terrible y vengativo, haya contribuido a provocar en otro el impulso del crimen. El creador de semejante pensamiento está unido por su Karma al autor del crimen, aunque jamás se hayan encontrado ambos en el plano físico; y él bajo la forma de un perjuicio causado por el criminal. Con frecuencia, una desgracia imprevista, inesperada y en apariencia totalmente inmerecida, es efecto de causa semejante; y mientras la conciencia inferior se revuelve bajo un sentimiento de injusticia, el alma aprende una lección que no olvidará jamás. Nada inmerecido hiere al hombre, pero su falta de memoria no cohonesta la trasgresión de la ley. Vemos, pues, que nuestros deseos, en su acción sobre nosotros mismos, forman nuestra naturaleza astral e influyen en gran manera, a través de ella, sobre el cuerpo físico de nuestra próxima reencarnación; que desempeñan un importante papel en la determinación de nuestro lugar de nacimiento; y finalmente, que por su acción sobre los demás, ayudan a atraernos, en cualquier vida futura, a los seres humanos a que nos asociaremos. La tercera clase de energías se manifiesta en el plano físico bajo forma de acciones y engendra Karma por su efecto sobre los demás, pero no afecta sino muy poco al hombre interior. Las acciones son efectos de los pensamientos y deseos del pasado, y el Karma que representan está en su mayor parte agotado por el mismo hecho que efectúan. Pueden, sin embargo, afectar al hombre indirectamente, en cuanto suscitan en él nuevos pensamientos, deseos y emociones; pero en los deseos y no en las acciones mismas reside la fuerza generadora. Es igualmente cierto que las acciones frecuentemente repetidas producen en el cuerpo físico un hábito que tiene por efecto limitar la expresión del Ego en el mundo exterior; pero este acto no sobrevive al cuerpo, y el Karma de la acción, en lo que respecta a su efecto sobre el alma, se contrae a una sola encarnación. Otra cosa sucede cuando estudiamos el efecto de nuestras acciones sobre los demás, la dicha o la desgracia que causan, y la influencia que ejercen como ejemplos. Nos ligan así a nuestros semejantes, gracias a esa influencia, y constituyen, por lo tanto, un tercer factor en la futura determinación de la que ha de rodearnos. Son también el factor esencial en la determinación de lo que podría llamarse nuestro medio ambiente no humano. Generalmente hablando, el ambiente material, favorable o desfavorable, en el que venimos al mundo, depende del efecto ejercido por nuestras acciones pasadas al derramar la felicidad o la miseria entre los demás. Los efectos físicos producidos sobre el prójimo por nuestros actos físicos, se neutralizan en la operación del Karma, al rodearnos de condiciones buenas o malas para una existencia futura. Si hemos de procurado a los hombres dicha material a costa de nuestros esfuerzos, esa acción revierte sobre nosotros en forma de circunstancias felices que tienden a nuestra vida material; y si hemos sido causantes de la miseria física para nuestro prójimo, recogeremos entonces el Karma de circunstancias físicas deplorables que llevan al sufrimiento físico. En ambos casos, las consecuencias del acto físico son independientes del motivo del acto, lo que nos lleva a considerar la segunda gran Ley.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

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