En la observación sin el observador, al permanecer uno con el hecho, ¿hay una transformación
que conduce a un incremento de la atención? La energía que se crea, ¿tiene una dirección? Estas preguntas, desgraciadamente, no se relacionan con la vida real. Eso no quiere decir que uno no deba formularlas, pero, ¿han afectado realmente la vida cotidiana de uno? Preguntas como éstas son teóricas, abstractas, aluden a algo que uno ha oído. ¿No será mejor mirar la propia vida y averiguar por qué vivimos de esta manera, por qué estamos atormentados, por qué nuestra mente parlotea sin cesar, por qué carecemos de una genuina relación con otro, por qué somos crueles? ¿Por qué nuestra mente es tan estrecha, por qué somos neuróticos? Aparentemente, uno nunca aborda preguntas que afecten su existencia diaria. Me pregunto por qué. Si uno formula una pregunta realmente legítima que afecte profundamente la propia vida, ella tiene una vitalidad mucho mayor. Formularé, pues, una pregunta: ¿Por qué nosotros, cada uno de nosotros, vivimos del modo en que estamos viviendo, tomando drogas, bebiendo, fumando, persiguiendo el placer y la agresión? ¿Por qué somos así? ¿Por qué somos agresivos? En toda la sociedad en que vivimos, la agresión y la competencia, que marchan juntas, son las cosas más importantes para nosotros. Uno puede ver la agresión en los animales durante ciertas épocas, en el apareamiento. Pero en otras ocasiones no compiten. Un león mata una cebra, otros leones la comparten. Pero, al parecer, entre nosotros la agresión es algo que está muy profundamente arraigado. ¿Por qué competimos? ¿Es una falta de esta sociedad, de nuestra educación? No culpen por esto a la sociedad; la sociedad es lo que hemos hecho de ella, y si uno no es competidor, si no es agresivo, entonces en esta sociedad a uno lo pisotean, lo descartan, lo desprecian. ¿Somos agresivos a causa del énfasis puesto en la libertad individual, una libertad que exige de nosotros que nos expresemos a cualquier costo, especialmente en Occidente? Existe la creencia de que si uno desea hacer algo, lo hace; no se abstiene, no lo examina, eso no importa. Si uno tiene un impulso, debe actuar. Podemos ver lo que hace la agresión. Somos agresivos, competimos por el mismo empleo, por esto, por aquello o por lo de más allá, peleando unos contra otros todo el tiempo, tanto psicológica como físicamente. Éste es el patrón dentro del que seguimos viviendo y que forma parte de nuestra educación social. Y para romper con ese patrón, se dice que debemos ejercer la voluntad. Ejercer la voluntad es otra forma del “yo debo”, otra forma de agresión. Uno es agresivo, ése ha sido el patrón que, desde la infancia, han impreso en uno la madre, el padre, la educación, la sociedad y los compañeros que a uno lo rodeaban, todos ellos agresivos. Y eso le gusta a uno, le da placer, uno lo acepta y así se vuelve también agresivo. Después, cuando uno ya es adulto, alguien le revela la naturaleza de la agresión, lo que ésta provoca en la sociedad, cómo la competencia está destruyendo a los seres humanos. (Esto no sólo lo dice quien les habla, sino que los científicos comienzan a decirlo, así que tal vez acepten ustedes lo que dicen los científicos). Cuidadosamente le explican a uno la razón, la causa, la naturaleza destructiva de la competencia y del perpetuo comparar. Ahora bien, la mente que no compara en absoluto es una clase por completo distinta de mente, tiene mucha más vitalidad. De modo que a uno le explican todo esto y, no obstante, continúa siendo agresivo, competidor, sigue comparándose con otros, esforzándose siempre tras algo más grande no tras lo más pequeño, siempre lo más grande-. Existe, pues, este patrón establecido, esta armazón en que la mente se halla presa. Uno escucha esto y dice: “Tengo que salir de esto, debo hacer algo al respecto”, lo cual es otra forma de agresión. ¿Puede uno, pues, tener un discernimiento (insight) en la agresión? No el recuerdo de sus implicaciones, lo cual significa el examen constante para llegar a una conclusión y actuar de acuerdo con esa conclusión; eso no es discernimiento. Pero si hay un discernimiento instantáneo en ello, entonces uno ha roto todo el patrón de la agresión. ¿Qué hará usted, entonces, con respecto al modo en que está viviendo: el perpetuo asistir a reuniones, a discusiones con filósofos y con los más modernos psicólogos? Uno jamás dice: “Veamos, yo soy esto, averigüemos por qué. ¿Por qué debe uno tener contusiones, heridas psicológicas? ¿Por qué vive con ellas?” Pero, realmente, alguien que ha estado asistiendo a las pláticas de Krishnamurti por cincuenta años o más y sabe todo esto de memoria, no tiene que citarme. No cite, descubra por sí mismo. Entonces hay mayor energía y uno se vuelve mucho más activo, más vital.
Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .