Determinadas de este modo la raza, la nación y la familia, estos grandes Seres proporcionan

lo que puede llamarse el molde del cuerpo físico—a propósito para la expresión de las cualidades del hombre y para la extinción de las causas que ha puesto en acción—y el nuevo doble etéreo, copia de aquél, queda formado en el claustro materno por obra de un elemental cuyo poder estimulante es el pensamiento de los Señores del Karma. El cuerpo denso está construido sobre el doble etéreo, molécula por molécula, copiándolo exactamente; y aquí la herencia física domina por completo dentro de los materiales provistos. Además, los pensamientos y pasiones de la gente que le rodea, especialmente de los padres, influyen en la tarea del elemental constructor, y de este modo los individuos con quienes el hombre formó lazos en el pasado, afectan las condiciones físicas, en desarrollo, para su nueva vida en la tierra. Desde los primeros momentos, en nuevo cuerpo astral se pone en relación con el nuevo doble etéreo, ejerciendo gran influencia en su formación; y por su medio, el cuerpo mental obra sobre el sistema nervioso, preparándolo para ser un instrumento útil a su expresión en lo futuro. Esta influencia, comenzada en una vida prenatal—de modo que cuando nace el niño, la formación de su cerebro revela la extensión y equilibrio de sus cualidades mentales y morales—, continúa después del nacimiento, y esta construcción del cerebro y de los nervios, y su correlación con los cuerpos astral y mental, prosigue hasta el séptimo año de la infancia, edad en que se completa la relación entre el hombre y su vehículo físico; y en adelante puede decirse que trabaja más por medio de él que en él. Hasta esta edad, la conciencia del Pensador más bien se halla en el plano astral que en el plano físico, y esto lo prueban muchas veces las facultades psíquicas que suelen observarse en niños pequeños. Ven camaradas invisibles y paisajes preciosos; oyen voces imperceptibles para sus padres, y perciben encantadoras y delicadas fantasías del mundo astral. Estos fenómenos desaparecen generalmente así que el Pensador principia a funcionar de un modo efectivo por medio del vehículo físico, y el niño soñador se convierte en el muchacho o muchacha vulgar, lo cual mucha s veces sucede con gran satisfacción de sus alarmados padres, ignorantes de las causas de estas “rarezas” de su hijo. La mayor parte de los niños tienen por lo menos algunas de estas “rarezas”; pero pronto aprenden a ocultar sus fantasías y visiones a sus padres, temerosos de que los reprendan por decir “mentiras”, o por lo que aun temen más; por el ridículo. Si lo padres pudiesen ver el cerebro de sus hijos vibrando bajo una intrincada mezcla de estímulos físicos y astrales que los niños son incapaces de diferenciar, y recibiendo a veces alguna vibración (tan plásticos son) hasta de regiones superiores, que les produce visión de belleza etérea o de acción heroica, tendrían más paciencia y simpatía por la charla confusa de los pequeños, al tratar de traducir con palabras que no les son familiares, los choques ilusorios de que tienen conciencia y que tratan de recibir y retener. Si fuese general la creencia en la reencarnación y la comprendiera el común de las gentes, libertaría la vida infantil de su aspecto más patético, el de la in-auxiliada lucha del alma para obtener dominio sobre sus nuevos vehículos y para relacionarse por completo con su cuerpo más denso, sin perder el poder de impresionar los más sutiles, de modo que les permitiese aportar a aquél sus propias vibraciones.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

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