Pero dejamos todo eso detrás y caminamos por un estrecho sendero en lo alto del

cerro, donde hay un pequeño torrente que en pocas semanas más estará seco. Recorremos el sendero con un amigo, y mientras conversamos, de cuando en cuando observamos los múltiples tonos de verde. Hay una gran variedad, desde el verde más suave, el verde nilo, y tal vez más suave aun, más azul, hasta los verdes oscuros, exquisitos, llenos de su propia riqueza. Y cuando uno está subiendo por el sendero, arreglándoselas para mantenerse lado a lado junto al amigo, sucede que levanta del suelo algo arrebatadoramente hermoso, centelleante, una joya de extraordinaria antigüedad y belleza. Es sorprendente encontrarla en este sendero de tantos animales que sólo unas pocas personas han pisado. Uno la contempla con gran asombro. Está tan sutilmente hecha, es tan compleja que ninguna mano de joyero podría haberla fabricado jamás. Uno la sostiene por un rato, maravillado y silencioso. Luego la guarda cuidadosamente en el bolsillo interior que abotona, casi temeroso de que pueda perderla o de que la joya pueda perder su resplandor, su deslumbrante belleza. Y entonces pone su mano en la parte externa del bolsillo que la contiene. El otro ve que uno hace esto y ve que el rostro y los ojos de uno han experimentado un cambio notable Hay una especie de éxtasis, un asombro inexpresable, una excitación muy intensa.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

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