Como Dios crea, así crea el hombre. Dadle voluntad lo suficientemente vigorosa y subjetivará las
formas mentales, que muchos llaman alucinaciones, aunque para quien las forja sean tan reales como los objetos tangibles. Si aumenta el vigor de la voluntad e inteligentemente la dirige, condensará las formas en objetos visibles. Este es el secreto de los secretos, y quien lo aprende, merece el título de mago. Los materialistas nada pueden argüir contra esto, desde el punto en que para ellos es materia el pensamiento. Si tal supusiéramos, tendríamos que el ingenioso mecanismo proyectado por el inventor, las encantadoras escenas surgidas de la mente del poeta, los soberbios lienzos pintados por la viva imaginación del artista, la incomparable estatua cincelada en el pensamiento del escultor, los palacios y castillos planeados por el arquitecto, debieran existir objetivamente, a pesar de ser subjetivos e invisibles, porque el pensamiento, según los materialistas, es materia plasmada en forma. ¿Cómo negar entonces que haya hombres de voluntad lo bastante potente para transportar al mundo visible estas creaciones mentales y revestirlas de materia tangible? Si los científicos franceses no han cosechado laureles en el nuevo campo de investigación, tampoco los cosecharon los científicos ingleses hasta que Crookes se ofreció en holocausto por los pecados del mundo científico. Al cabo de veinte años de desdenes, consiente Faraday en hablar un par de veces de este asunto, no obstante servir su nombre de conjuro contra los hechizos del espiritismo entre cuantos discuten los fenómenos psíquicos, y de ser ya notorio que en su vida vio una mesa giratoria el ilustre físico, que se avergonzaba de haber publicado sus investigaciones sobre tan degradante creencia. No tenemos más que desdoblar unos cuantos olvidados números del Journal des Debats, correspondientes a la época en que actuaba en Inglaterra un notable médium escocés, para restituir a pasados acontecimientos su primitiva lozanía. En uno de dichos números se erige Foucault en campeón del famoso físico inglés, diciendo: “No vaya a creerse que el insigne físico se ha olvidado de sí mismo hasta el extremo de sentarse prosaicamente junto a una mesa rotatorias. Entonces, ¿de qué se avergonzaba el caudillo de la filosofía experimental? Aprovecharemos esta coyuntura para hablar del indicador de Faraday, el famoso aparato que inventó para atrapar a los médiums, es decir, para sorprender los fraudes mediumnímicos, según describe el marqués de Mirville, en La cuestión de los espíritus, esta complicada máquina cuyo recuerdo turba el sueño de los médiums impostores.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .