Además, hombre hermano mío y amigo mío, ¿no volvemos a trazar, con esta virtud amorosa,

una viva imagen de nuestro principio? ¿Qué otra cosa hace desde lo alto de su trono, sino manifestar una magnanimidad inalterable por la cual se muestra paciente con todos los obstáculos y con todas las resistencias? Hagamos, pues, como él. un santo refugio en medio de los ambientes corrompidos que nos rodean. Estemos en él, como el pájaro solitario en el tejado, y que nuestros propios lamentos estén siempre moderados por la esperanza y por una seguridad inquebrantable. Si somos hijos de Dios, él no nos pierde de vista. Las tardanzas y las lentitudes deben entrar, lo mismo que los gozos, en los planes que él ha formado para nosotros y debemos estar seguros de que él se ocupa de nosotros con todo cuidado, para que lo veamos siempre como nuestro padre, a pesar de que nos encontremos lejos de él.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

Índice