Hace muchos años, cuando por primera vez me interesé en la así llamada vida religiosa,

tomé la tremenda resolución de cortar totalmente con el sexo. Me ajusté rigurosamente a lo que consideraba un requisito esencial de esa vida y viví con toda la feroz austeridad de un célibe monástico. Ahora veo que es estúpida esa clase de sometimiento puritano en el que están involucradas la represión y la violencia, pero aun así no quiero volver a mi antigua vida. ¿Cómo voy a actuar ahora con relación al sexo? ¿Por qué no sabe usted qué hacer cuando hay deseo? Le diré por qué. Porque esta rígida decisión suya aún sigue actuando. Todas las religiones nos han dicho que debemos negar el sexo, reprimirlo, porque según ellas es un desperdicio de energía y uno debe tener energía para encontrar a Dios. Pero esta clase de austeridad, de dura represión y ajuste a una norma, ejerce una violencia brutal sobre todos nuestros más finos instintos. Este tipo de cruel austeridad es un desperdicio de energía mayor que el de la indulgencia en el sexo. ¿Por qué ha convertido usted el sexo en un problema? En realidad no importa en absoluto si se acuesta o no se acuesta con alguien. Siga con ello o déjelo, pero no lo convierta en un problema. El problema surge de esta constante preocupación. Lo que realmente interesa no es si nos acostamos con alguien o no, sino por qué tenemos todos estos fragmentos en nuestras vidas. En un agitado rincón está el sexo con todas sus preocupaciones; en otro rincón hay una clase diferente de agitación; en otro, un esforzarse tras esto o aquello, y en cada rincón está el continuo parloteo de la mente. ¡Hay tantos modos en que la energía se desperdicia! Si un rincón de mi vida está en desorden, entonces toda mi vida es desordenada. Si en mi vida hay desorden con relación al sexo, entonces el resto de esa vida se halla en desorden. De modo que no debo preguntar cómo puedo poner en orden un rincón, sino por qué he dividido la vida en tantos fragmentos diferentes, fragmentos que llevan el desorden dentro de sí mismos y que se contradicen el uno al otro. ¿Qué puedo hacer cuando veo tantos fragmentos? ¿Cómo puedo habérmelas con todos ellos? Tengo estos fragmentos porque no soy íntegro internamente. Si investigo todo esto sin dar origen a otro fragmento más, si penetro hasta el final mismo de cada fragmento, entonces en esa percepción que es el mirar, no hay fragmentación alguna. Cada fragmento es un placer separado; yo debería preguntarme si voy a permanecer toda mi vida en algún pequeño y sórdido rincón de placer. Examine usted la esclavitud que implica cada placer, cada fragmento, y dígase a sí mismo: “Dios mío, soy un esclavo que depende de todos estos pequeños rincones... ¿Es todo lo que hay en mi vida?” Permanezca con ello y vea qué ocurre.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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