Esta efusión espontánea del amor es el más característico de los atributos divinos, el amor

que lo da todo y nada pide. Este amor crea el universo, lo conserva y dirige a la perfección y a la felicidad. Y cada vez que el hombre extiende sobre todos los que lo necesitan, sin predilecciones ni diferencias, sin anhelo de recompensa, con el puro y espontáneo goce de la efusión, desarrolla el aspecto beatífico del Dios que hay en él y prepara el cuerpo de belleza e inefable dicha en el que se alzará el Pensador, libre de los límites de la separación, para hallarse consciente de su propia individualidad y al mismo tiempo uno con todo lo que vive.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

Índice