Platón no podía aceptar una filosofía sin aspiración espiritual. Ambas cosas se armonizan en él.

El antiguo sabio griego tiene por único objeto de logro el REAL CONOCIMIENTO. Sólo consideraba como filósofos sinceros, o estudiantes de verdad, a quienes poseían la ciencia de las realidades en oposición a las apariencias; de lo eterno en oposición a lo transitorio; de lo permanente en oposición a cuanto alternativamente crece, mengua, nace y perece. “Más allá de las existencias finitas y causas secundarias de las leyes, ideas y principios, hay una INTELIGENCIA o MENTE (..., nous, el espíritu), principio de los principios; Idea Suprema en que se apoyan las demás ideas; monarca y legislador del universo; substancia primordial de que todas las cosas proceden y a que deben su existencia; Causa primera y eficiente de todo orden, armonía, belleza, excelencia y bondad, que hienche el universo, a la que llamamos el Supremo Bien el Dios (...) de los dioses (... ... ...)” (3). No es la verdad ni la inteligencia, sino “Padre de ambas”. Aunque nuestros sentidos corporales no pueden percibir esta eterna esencia de las cosas, pueden comprenderla cuantos por no ser completamente obtusos quieran comprenderla. “A vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos (...) no les es dado... Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden (4). Asegura el neoplatónico Porfirio, que en los MISTERIOS se enseñaba y comentaba la filosofía de Platón. Muchos han puesto en tela de juicio y aun han negado los misterios; y Lobeck, en su Aglaophomus, llega al extremo de decir que estas sagradas ceremonias sólo servían para cautivar la imaginación. ¿Cómo Atenas y Grecia hubieran acudido durante más de veinte siglos cada cinco años a Eleusis, si los misterios fueran farsa religiosa? Agustín, obispo de Hipona, declara que las doctrinas neoplatónicas son las esotéricas y originales doctrinas de los primeros discípulos de Platón, y diputa a Plotino por un Platón resucitado. También explica los motivos que tuvo el gran filósofo para encubrir el sentido interno de sus enseñanzas (5).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice