La mente tiene, pues, esta cualidad de inteligencia, y esa inteligencia va acompañada, naturalmente, de

la compasión, del amor. El amor es otra cosa que la mera sensación, no tiene relación alguna con nuestras demandas internas, con nuestras satisfacciones y todas esas cosas. De modo que ahora la mente tiene esta calidad, esta estabilidad. Es inamovible como una roca en medio de una corriente, en medio de un río. Y lo que es estable, es silencioso. Tenemos que ser absolutamente claros a este respecto. Esa claridad es estabilidad; esa claridad puede luego examinar cualquier problema. Sin esta claridad la mente es confusa, contradictoria, fragmentaria; es inestable, neurótica, está siempre buscando, compitiendo, esforzándose. Llegamos, pues, a un punto en que la mente es por completo clara y, por lo tanto, totalmente inamovible. Inamovible no en el sentido de una montaña, sino en el sentido de que está por completo exenta de problemas; por lo tanto, es extraordinariamente estable y, no obstante, es dúctil. Ahora bien, una mente así es una mente quieta. Y ustedes necesitan tener una mente que sea absolutamente silenciosa (absolutamente, no relativamente). Existe ese silencio de cuando paseamos una tarde por el bosque; todos los pájaros están callados, el viento y el murmullo de las hojas han cesado, hay un gran silencio externo. Y la gente observa ese silencio y dice: “Debo tener un silencio así”, y entonces depende de ese silencio que proviene de estar solos, apartados. Pero eso no es silencio. Ni lo es el silencio creado por el pensamiento que dice: “Debo estar silencioso, debo estar quieto, no tengo que parlotear”. Pero eso tampoco es silencio, porque es el resultado del pensamiento operando sobre el ruido. Estamos hablando de un silencio que no depende de nada. Es sólo esta calidad de silencio, este silencio absoluto de la mente, el que puede ver todo aquello que es eterno, intemporal, innominable. Y eso es meditación.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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