Pues el alma del hombre ha sido creada para servir, al mismo tiempo, de recipiente

y de intermedio de la luz y, lo mismo que los vasos transparentes y llenos de un agua límpida nos transmiten la suave y viva emanación de esos numerosos rayos que se concentran y preparan dentro de ellos, del mismo modo nuestra alma debe contener los rayos del infinito que salen del centro de la ciudad santa y unirlos a nuestras propias facultades, que son finitas, para que, al vivificarnos nosotros mismos por esta santa alianza y estar resplandecientes por la claridad de estos rayos, podamos hacer que salga de nosotros dicha luz más concentrada, más templada y más adaptada a las necesidades de los pueblos que cuando actúa siguiendo su propia dispersión y su vasta inmensidad. Para eso servirán y a eso estarán destinadas las puertas de la futura Jerusalén.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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