La vitalidad del espiritismo moderno resiste victoriosamente al desprecio de la ciencia y a la
bulliciosa jactancia de sus presumidos expositores. Desde los padres graves de la ciencia, como Faraday y Brewster, hasta los informes del afortunado imitador de los fenómenos de Londres, no encontramos ni el más leve argumento sólido contra la autenticidad de los fenómenos espiritistas. El imitador aludido dice en su titulado informe: “Mi opinión es que Williams simulaba las personalidades de John King y Peter. Nadie podrá demostrar lo contrario”. A pesar de la arrogancia de la afirmación, no pasa de ser una hipótesis, por lo que los espiritistas pueden exigir a su vez del informante la prueba de cuanto dice. Pero los más inveterados y acerbos enemigos del espiritismo pertenecen a una clase por fortuna poco numerosa, pero que alzan mucho la voz para publicar sus opiniones con estrépito digno de mejor causa. Son los eruditos a la violeta que, en la América del Norte, presumen de sabios por tener una máquina eléctrica en su despacho o haber publicado tal o cual memoria pueril sobre la locura y la mediummanía. Se creen estos hombres pensadores profundos y fisiólogos eminentes, y desdeñan la para ellos absurda metafísica, porque son positivistas de la escuela de Augusto Comte, cuyo más vivo anhelo es levantar a la ilusa humanidad del negro abismo en que la superstición la tiene sumida, y reconstruir el Cosmos sobre mejores fundamentos. Su irascible psicofobia llega al extremo de considerar imperdonable ofensa que les supongan dotados de espíritu inmortal, y si les hubiéramos de hacer caso, los hombres sólo pueden tener alma científica o alma anticientífica, según su grado de mentalidad (4).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .