Sin salirme de los fenómenos de la ciencia, según yo la entiendo, cumpliré mi deber

por completo sin segundas intenciones de amor propio, y como a vuestro juicio puede ocasionar esto un escándalo mayúsculo, no quiero avergonzarme de ello. Además, insisto en que mi opinión es tan científica como otra cualquiera. Aunque quisiera demostrar la hipótesis de la intervención de espíritus desencarnados no podría hacerlo por insuficiencia de los fenómenos observados; pero estoy en situación de resistir victoriosamente todas las objeciones. Quieran o no, han de aprender los científicos por experiencia propia y por sus propios errores a suspender su juicio en cosas que no hayan examinado suficientemente. Conviene que no se pierda la lección que les disteis sobre este particular”. Ginebra, 21 de Diciembre de 1854. Analicemos esta carta para ver si descubrimos, no precisamente lo que el autor opina, sino lo que no opina acerca de la nueva fuerza. Por lo menos es indudable que el distinguido físico y naturalista demuestra científicamente la realidad de algunas manifestaciones psíquicas; pero, de acuerdo con Crookes, no las atribuye a los espíritus de los difuntos, pues no ve demostración de esta hipótesis, ni tampoco cree en los diablos del catolicismo (32). Pena nos causa decir que Gasparín cae en muchas contradicciones y absurdos, pues mientras por una parte vitupera acerbamente a los adictos a Faraday, por otra atribuye a causas naturales fenómenos que llama mágicos. Dice a este propósito: “Si no hubiéramos de tener en cuenta otros fenómenos que los explicados por el ilustre físico, cerraríamos los labios; pero nosotros hemos ido aún más allá, y ¿de qué han de servirnos esos aparatos que todo lo explican por la presión inconsciente? Sin embargo, la mesa resiste a la presión y al impulso, y a pesar de que nadie la toca, sigue el movimiento de los dedos que hacia ella señalan, se levanta sin contacto alguno y gira de arriba abajo” (33). Pasa después Gasparín a explicar los fenómenos por su cuenta y dice: “Las gentes los atribuirán a milagro y no faltará quien los crea obra de magia. Cada nueva ley les parece un prodigio. Pero yo me encargo de calmar los ánimos, porque en presencia de semejantes fenómenos no hemos de trasponer los límites de las leyes naturales” (34). Por nuestra parte no los hemos traspuesto. ¿Pero están seguros los científicos de poseer la clave de estas leyes? Gasparín presume poseerla, como vamos a ver. Dice así: “No me arriesgo a dar explicación alguna, porque no es asunto de mi incumbencia. Mi propósito no va más allá de atestiguar los hechos y sostener una verdad que la ciencia intenta sofocar. Sin embargo, no puedo resistir a la tentación de manifestar a quienes nos confunden con los iluminados o con los brujos, que las manifestaciones en cuestión pueden explicarse de acuerdo con los principios generales de la ciencia. En efecto; si suponemos que de los experimentadores, y más particularmente de algunos de ellos, emana un fluido cuya dirección esté determinada por la voluntad del individuo, no será difícil comprender cómo gira o se levanta la mesa por la acción del fluido acumulado sobre ella. Supongamos también que el vidrio es mal conductor de dicho fluido y tendremos explicado el por qué un vaso puesto en medio de la mesa interrumpe la rotación, mientras que si lo ponemos a un lado, se acumula todo el fluido en el opuesto, que por esta razón la levanta en alto”. Aparte de algunos pormenores no desdeñables, podríamos aceptar esta explicación si todos los circunsantes fuesen hábiles hpnotizadores, y mucho también pudiéramos admitir respecto a la intervención de la voluntad, de acuerdo con el erudito ministro de Luis Felipe; pero ¿qué decir de la inteligencia denotada por la mesa en sus respuestas? Con seguridad que estas respuestas no podían ser colectivo reflejo cerebral de los circunstantes, según opina Gasparín, porque las ideas de ellos discrepaban no poco de la en extremo liberal filosofía expuesta por la maravillosa mesa. Sobre esto nada dice Gasparín, como si a cualquier explicación recurriera con tal de no admitir la influencia de los espíritus, ni humanos, ni satánicos, ni elementales. Resulta, por lo tanto, que la “simultánea concentración del pensamiento” y “la acumulación de fluidos” no son más satisfactorias explicaciones que la “fuerza psíquica” de otros científicos. Preciso es buscar nuevas soluciones que de antemano calificamos de insuficientes, por numerosas que sean, hasta que la ciencia reconozca por causa de los fenómenos psíquicos una fuerza externa a los circunstantes y más inteligente que todos ellos.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice