La guerra ofrece la oportunidad de volver a ser animales, y de ahí su gran

atractivo. En el transcurso de tres mil años de historia se han librado cinco mil guerras. La guerra estalla sin cesar, en un lugar u otro. No pasa un solo día sin que un ser humano mate a otros. ¿Por qué tal regocijo en la destrucción, en la muerte? La razón está oculta en las profundidades de la psicología humana. En el momento en que matas, de repente eres solo uno; vuelves a ser animal y desaparece la dualidad. De ahí la tremenda fuerza de atracción del asesinato y del suicidio. Aún no se puede convencer al hombre de que no sea violento. La violencia estalla. Cambian los nombres, las consignas, pero la violencia sigue siendo la misma. Puede estallar en nombre de la religión, en nombre de la ideología política, de cualquier cosa absurda; basta un partido de fútbol para que la gente se vuelva violenta. A la gente le interesa tanto la violencia que si no pueden ejercerla por sí mismos, porque corren demasiados riesgos y piensan en las consecuencias, encuentran formas indirectas para hacerlo. La violencia es indispensable en el cine y en la televisión; nadie ve una película sin violencia. El ver violencia y sangre te recuerda de repente tu pasado animal, te olvidas del presente, te olvidas por completo del futuro; te transformas en el pasado. Te identificas con lo que ocurre en la pantalla, que en cierto modo se convierte en tu propia vida. Dejas de ser espectador; en esos momentos participas, estableces una relación.

Osho . El libro del ego .

Índice