Según cualquiera de las dos hipótesis resulta claro que los metalúrgicos eran más o menos

conscientes de que su arte aceleraba el «crecimiento» de los minerales. Por otra parte, esta idea estaba, como ya hemos visto, umversalmente extendida. Los metales «crecen» en el seno de la Tierra. Y, como aún creen los campesinos del Tonkín, si el bronce permaneciera sepultado durante el tiempo requerido, se convertiría en oro. En resumen: según los símbolos y los ritos que acompañan a los trabajos metalúrgicos vemos la idea de una colaboración activa del hombre con la Naturaleza, e incluso tal vez la creencia de que el hombre puede merced a su trabajo sustituir a la Naturaleza. El acto ejemplar de la cosmogonía a partir de una materia prima viviente era a veces concebido como una embriología cósmica: el cuerpo de Tiamat era en manos de Marduk como un «feto». Y como toda creación y toda construcción reproducían el modelo cosmogónico, el hombre, al fabricar cualquier cosa, imitaba la obra del Demiurgo. Pero allí donde los símbolos cosmogónicos se presentaban en un contexto embriológico la fabricación de objetos equivalía a una procreación; toda fabricación a partir de la materia viviente ctónica (en nuestro ejemplo, los minerales) adquiría una valencia obstétrica: se intervenía en un proceso de crecimiento, se aceleraba la maduración o se provocaba la expulsión del embrión. Por esto es por lo que la obra metalúrgica podía concebirse como una operación obstétrica antes de término, el equivalente a un aborto.

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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