¡Dios de fuerza, Dios de vida, Dios de indulgencia! ¡Ayúdame a acelerar estos tiempos, tan
propicios y favorables! Ayúdame por lo menos, para que no los retrase con mi desconfianza y mi desidia, ayúdame a preparar, con la actividad constante de mi penitencia, la huella sagrada de tu triple sello en toda mi persona, de ese triple sello, cuya unidad es el fuego que devora y consume todo lo que no ha nacido del espíritu, de ese triple sello que ya no abandona jamás al alma humana, una vez que ha grabado profundamente en ella sus caracteres vivificantes, de ese triple sello que transporta al instante al hombre, sacándolo fuera de esta esfera de inercia y hastío, en la que no nos alimentamos nada más que de la muerte, en vez de saborear las delicias inexplicables del lugar de paz del que hemos sacado el nacimiento. Y tú, sabiduría santa que deberías ser nuestro alimento de todas las horas y de todos los momentos, ven a poner tus manos benefactoras sobre estos signos sagrados que la bondad suprema se ha dignado unir al hombre. Que tus manos sean como vendas que contienen y sujetan el bálsamo vivificante que se ha aplicado a mis heridas y que hagan que penetren sus fluidos y sus espíritus regeneradores hasta mis sustancias más corrompidas, para que lo poco de vida que queda en ellas recupere sus fuerzas y mis miembros recuperen su agilidad.
Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .