Vemos, pues, que en este período de su infancia el hombre no tenía conocimiento del

bien ni del mal: éstos no existían para él. El bien es lo que está de acuerdo con la voluntad divina, es lo que ayuda al progreso del alma, lo que tiende a fortalecer la naturaleza superior del hombre y a educar y subyugar la inferior; el mal es lo que retarda la evolución, lo que detiene al alma en los estados inferiores después de aprendidas las lecciones que en ellos se enseñan; lo que tiende al predominio de la naturaleza inferior sobre la superior, lo que asimila al hombre con el bruto, en vez de identificarle con el Dios que debiera desenvolver. Antes que el hombre supiera lo que era el bien, tenía que conocer la existencia de la ley, y esto sólo podía saberlo propendiendo a cuanto le atraía desde el mundo externo, abalanzándose a todo objeto de deseo, y luego aprendiendo por la experiencia, dulce o amarga, si su goce estaba en armonía o en oposición con la ley. Tomemos como ejemplo un hecho vulgar: la comida de manjares apetitosos; y véase como el hombre niño podía aprender con esto la existencia de una ley natural. La primera vez, sació el hambre, satisfizo el gusto, y sólo placer resultó de la experiencia, porque su acción estaba en armonía con la ley. En otra ocasión, deseando aumentar el placer, comió demasiado y sufrió las consecuencias, porque entonces violó la ley. Para la inteligencia que alboreaba, debió ser experiencia confusa que lo causante de placer, se convertía en dolor por el exceso. Una y otra vez el deseo le inducía a excederse, y en cada ocasión experimentaba las dolorosas consecuencias, hasta que, finalmente, aprendió la moderación, esto es, aprendió a ajustar sus actos corporales, en este punto, a la ley física; pues vio que había condiciones que le afectaban y que no podía dominar, y que sólo conformando sus actos a las mismas, podía asegurar la felicidad física. Experiencias semejantes afluyeron a él por medio de todos los órganos corporales, con constante regularidad; la satisfacción de sus deseos le ocasionaba placer o dolor, según se hallasen o no en armonía con las leyes de la Naturaleza, y a medida que fue aumentando la experiencia, principió a guiar sus pasos, a influir en sus decisiones. Y en cada nueva vida no tenía que principiar de nuevo tal aprendizaje, porque a cada nacimiento aportaba algún aumento de facultades mentales, un depósito de experiencias cada vez mayor.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

Índice