Quedémonos por el momento con esto: si las fuentes, las galerías de las minas y
las cavernas son asimiladas a la vagina de la Madre Tierra, todo cuanto yace en su «vientre» está aún vivo, bien que en estado de gestación. O dicho de otro modo: los minerales extraídos de las minas son, en cierto modo, embriones: crecen lentamente, con un ritmo temporal distinto al de los animales y vegetales, pero crecen, «maduran» en las tinieblas telúricas. Su extracción del seno de la tierra es, por tanto, una operación practicada antes de término. Si se les dejase tiempo para desarrollarse (al ritmo geológico), los minerales se harían perfectos, serían metales «maduros». Pronto ofreceremos ejemplos concretos de esta concepción embriológica de los minerales. Pero desde ahora podemos medir la responsabilidad de los mineros y metalúrgicos al intervenir en el oscuro proceso del crecimiento mineral. Tenían que justificar a todo trance su intervención, y, para hacerlo, pretenderían sustituir con los procedimientos metalúrgicos la obra de la Naturaleza. Al acelerar el proceso de crecimiento de los metales, el metalúrgico precipitaba el ritmo temporal: el tempo geológico era cambiado por él por tempo vital. Esta audaz concepción, según la cual el hombre asegura su plena responsabilidad ante la Naturaleza, deja entrever ya un presentimiento de la obra alquímica.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .