Las formas percibidas en el plano astral por aquellos que pueden verlas, han sido creadas
por la imaginación de los hombres para representarse las fuerzas naturales sutiles de otros modos evolutivos diferentes del humano. Las inteligencias de las otras formas de evolución diferentes de la nuestra, poniéndose en contacto con la vida humana, algunas veces pueden ser incitadas a asimilarse a la nuestra, como el hombre se reviste de una escafandra para descender en otro elemento. Un cierto tipo importante de magia se dedica a crear esas formas y hacerlas habitar por esas entidades. Examinemos de mas cerca lo que sucede en una operación de ese género. El hombre primitivo, mucho más psíquico que el civilizado, no estando organizado su espíritu por la educación, intuitivamente sabe que hay una existencia sutil detrás de alguna fuerza natural altamente diferenciada, diferente de otras fuerzas parecidas. Los hombres están más al corriente de estas cosas en su subconsciente, de lo que de ordinario quieren admitir; no es por casualidad que hablamos de lo femenino de un navío, Y que decimos: "Nuestro Padre Tamesis". Un salvaje, pues, sintiendo esa vida en los fenómenos, intenta entrar en contacto con ella y, si es posible, aliarse. Como evidentemente no lo puede dominar, debe parlamentar con ella, de la misma manera como lo haría con otras vidas incluidas en los cuerpos de otra tribu. Para parlamentar, es menester un lenguaje; no es posible entenderse con una fuerza muda. El salvaje, razonando por analogía, según sus primitivos métodos, piensa que los seres que causan los fenómenos habitan en un reino parecido al reino, en que se suceden sus propios sueños: los sueños de una vida despierta se parecen a los del ensueño, con la ventaja que están sometidos a su voluntad; por tanto, se esfuerza en aproximarse a esos seres entrando en sus esferas, es decir, que forma un sueno en estado de vigilia, una imaginación consciente, tan próxima como sea posible a las visiones nocturnas. Si sabe concentrarse con fuerza, puede abandonar su conciencia de vigilia y entrar en un estado determinado voluntariamente. Para poder llegar a este fin, construye una imagen mental propia para representar el genio del fenómeno natural con el que anhela entrar en contacto; repite muchas veces este esfuerzo, adora la imagen obtenida, le dirige plegarias y la invoca. Si la invocación es ferviente, el ser en cuestión la percibe telepáticamente, y su atención e interés pueden ser despertados de esa manera. Si las plegarias y los sacrificios son agradables para su naturaleza, puede conseguirse una cooperación. Gradualmente, este ser desconocido llega a domesticarse, aprisionarse; finalmente, puede consentir a animar la imagen mental destinada a servirle de vehículo. El éxito de esa operación depende, ante todo, de la medida en que el operador pueda apreciar simpáticamente la naturaleza del ser invocado; tiene éxito en la proporción en que el temperamento humano participa de esta naturaleza. Si hay éxito, se produce la domesticación de una fuerza de la Naturaleza dada, y la encarnación de esta fuerza en la forma que han construido sus adoradores. Mientras la forma astral es mantenida viviente por el rito de adoración conveniente emanante de los adoradores susceptibles de entrar en comunión simpática con esta especie de vida, existe un Dios encarnado con el cual es posible un contacto y que ha descendido al rango de la percepción humana. Si la adoración cesa, el dios en cuestión desaparece y se reintegra al seno de la madre Naturaleza. Si vienen otros adoradores que sepan construir una fuerza adecuada y estén dotados de la simpatía de imaginación para invocarlo, la tarea de animar una vez más la vida que se ha alejado, será relativamente simple; en todo caso, no será peor que acercarse con un puñado de alfalfa a un caballo que se ha escapado. Algunos podrían decir que esto es una especulación fantástica y una abstracción puramente dogmática. ¿Como podemos saber que esta es la manera en que procedía el hombre primitivo? Porque es justamente el método que ha transmitido la tradición de los Misterios, desde los tiempos más remotos; porque, empleado por cualquiera que sepa concentrarse como es menester y este al corriente de los símbolos deseados para construir las diferentes formas, el método no falla, y la llama de los altares atrae nuevamente al antiguo Dios. Resultados definidos aparecen en la conciencia de los adoradores; si emplean la técnica espiritista, y si un médium está entre ellos, no dejaran de producirse fenómenos sorprendentes, pero previstos. Este método es empleado en la Misa por los sacerdotes que saben. En la Iglesia Romana, hay dos clases de sacerdotes: el clérigo parroquial oficial, y los sacerdotes de las ordenes monásticas, que tienen una misión interior y, en consecuencia, trabajan. Estos monjes emplean frecuentemente en la Misa un alto grado de poder mágico: todo psíquico puede atestiguarlo. El acto real de la Transubstanciación lo constituye la encarnación de una fuerza espiritual en una forma astral. El conocimiento de estas cosas y la existencia de cuerpos organizados de hombres y mujeres entrenados para practicar su uso en las órdenes monásticas, es en lo que consiste la fuerza de la Iglesia Católica y Apostólica. La falta de este saber secreto es lo que constituye la debilidad de las comuniones cismáticas, deficiencia que hace a los rituales anglicanos, con respecto a los rituales Romanos, aun en sus ceremonias más amplias, lo que el agua es con respecto al vino, pues los que practican ese rito no tienen noción de los secretos tradicionales conservados por la religión Católica, e ignoran por ejemplo, hasta el arte de visualizar. Quien escribe este libro no es católico ni lo será jamás, pues no desea someterse a esa disciplina especial, ni piensa que no haya bajo los cielos mas que un solo Nombre por medio del cual el hombre pueda salvarse; aunque el autor reverencia ese Nombre, ve dónde esta el poder y, una vez visto, lo respeta.
Dion Fortune . La Cabala Mistica .