El Tao, el gran Uno indiviso, genera dos principios de la realidad opuestos, lo oscuro

y la luz, yin y yang. Del yin viene el principio receptivo femenino; del yang viene el principio creativo masculino; del yin viene ming, la vida; del yang, hsing o la naturaleza humana. Cada individuo contiene una mónada central que, en el momento de la concepción, se divide en vida y naturaleza humana, ming y hsing. Cada individuo viene como una sola unidad, unitario, y luego se divide. Es como un rayo que al pasar por un prisma se divide en siete colores. La concepción funciona como un prisma: el rayo blanco único se divide en siete colores. El Tao único se divide en dos polaridades opuestas: hombre y mujer. Recuerda que ningún hombre es solo hombre; la mujer está detrás, oculta en él, y lo mismo sucede con la mujer. Ambos son bisexuales. Si la mente consciente es hombre, entonces el inconsciente es mujer. Si la mente consciente es mujer, entonces el inconsciente es hombre. Tiene que ser así. Y el deseo de encontrar a la mujer o al hombre fuera no te va a satisfacer...; a menos que sepas encontrar al hombre interno y a la mujer interna. La mujer externa solo puede darte unas pocas vislumbres de unidad: momentos hermosos, pero a un gran precio. Y todos los amantes saben que sí; hay unos pocos momentos de éxtasis, pero tienes que pagar un gran precio por ellos: tienes que perder tu libertad, tienes que perder tu propio ser, y tienes que volverte dependiente y tienes que hacer concesiones de mil y una maneras, y esto duele y hiere. El encuentro con la mujer externa o el hombre externo va a ser solo momentáneo. Pero hay otro encuentro, y ése es uno de los mensajes secretos del Tao: que puedes encontrar a tu mujer interna donde se encuentran tu consciente y tu inconsciente, donde se encuentran tu luz y tu oscuridad, donde se encuentran tu tierra y tu cielo, donde se encuentran tu positivo y tu negativo. Y una vez que ha sucedido el encuentro dentro de ti, estás entero. Esto es lo que se llama el hombre del Tao. El hombre del Tao no es ni mujer ni hombre. Ha vuelto a su unidad. Está solo: todo uno. No puedes llamar a Lao Tse hombre o mujer, o a Buda hombre o mujer, o a Jesús hombre o mujer. Biológicamente lo son, espiritualmente no. Espiritualmente han ido más allá. Buda no tiene ningún inconsciente, ninguna división. Está indiviso. Y cuando estás indiviso cesan todos los conflictos dentro de ti. De otra forma, estás en una continua guerra civil: no solo estás luchando con la mujer externa, estás también luchando continuamente con la mujer interna. Y conoces esos momentos. Llega un momento en que quieres llorar; tu mujer interna está lista para derramar lágrimas, pero tu hombre la detiene. Tu hombre dice: «¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco? La gente pensará que estás siendo muy femenino. ¡Detén tus lágrimas! Esto no está bien para un hombre como tú. Está bien para las mujeres; déjalas que lloren y que giman, pero tú tienes que guardar las formas: duro, fuerte, invulnerable. ¡Contén las lágrimas!» Y ha comenzado la lucha. Y lo mismo le sucede a la mujer. Te gustaría subirte a un árbol, y es tan hermoso, y las ramas más altas del árbol están jugando con las nubes. ¿A quién no le gustaría trepar? Pero tu mujer interna dice: «¡Espera! Esto les está permitido solo a los hombres, no a ti. Eres una mujer. Tienes que pensar en lo que es apropiado para una mujer y lo que no es apropiado. Tienes que guardar ciertas formas, la etiqueta.» Y lo reprimes. Esto pasa continuamente: el hombre reprime a su mujer, la mujer reprime a su hombre, y la parte reprimida empieza a vengarse de maneras sutiles. Empieza a entrar por la puerta de atrás, empieza a envenenarte. De manera que hay momentos en los que la mujer se vuelve muy dura, cruel, hostigando, luchando, fea: es el hombre vengándose. Trepar a un árbol habría sido hermoso, pero rehusaste a ello. Ahora el hombre entra por la puerta trasera y le empiezas a gritar a tu marido o a tus hijos, y empiezas a tirar cosas. Ahora esto es feo, esto es patológico. Era bueno llorar. Las lágrimas son hermosas porque forman parte de la vida. Era bueno llorar; no había necesidad de ocultar esas lágrimas. Si ocultas tus lágrimas, tampoco serás capaz de reír. Tendrás siempre miedo: si te ríes demasiado, puede que te sientas tan relajado con la risa que empiecen a brotar las lágrimas reprimidas.

Osho . El Secreto de los Secretos: Charlas sobre el secreto de la Flor Dorada .

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