Cuando uno observa un sentimiento, ese sentimiento llega a su fin. Pero aun cuando llegue

a su fin, si hay un observador, un espectador, un censor, un pensador que permanece aparte del sentimiento, sigue habiendo una contradicción. Es entonces, muy importante comprender cómo miramos un sentimiento. Tomemos, por ejemplo, un sentimiento muy común: los celos. Todos sabemos qué es estar celoso. Ahora bien, ¿cómo mira usted sus celos? Cuando uno observa ese sentimiento, uno es el observador de los celos, y los observa como si fueran algo separado de uno mismo. Trata de cambiar los celos, de modificarlos, o trata de explicar por qué se justifica que uno esté celoso, y así sucesivamente. Hay, por lo tanto, alguien, un censor, una entidad separada de los celos, que lo observa. Puede que los celos desaparezcan por el momento, pero regresan nuevamente; y regresan porque no vemos realmente que los celos forman parte de nosotros mismos. ... Estoy diciendo que en el instante en que damos un nombre, en que ponemos un rótulo a ese sentimiento, hemos introducido la estructura de lo viejo; y lo viejo es el observador, la entidad separada que se halla compuesta de palabras, de ideas, de opiniones acerca de lo que está bien y lo que está mal [...]. Pero si uno no nombra ese sentimiento lo cual exige una tremenda percepción alerta, una gran dosis de comprensión instantánea-, descubrirá que no hay observador ni pensador ni centro alguno desde el cual uno esté juzgando, y que uno mismo no es diferente del sentimiento. No hay un «yo» que sienta los celos.

Jiddu Krishnamurti . El Libro de la Vida .

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