Y uno miraba esa hoja, y las miles de hojas del árbol. El invierno trajo
esa hoja desde su origen hasta este sendero, y pronto se secaría completamente marchitándose, desaparecería arrastrada por los vientos hasta perderse. Cuando enseñamos a los niños las matemáticas, cuando les enseñamos a leer, a escribir y todo eso que implica adquirir conocimientos, también debería enseñárseles la inmensa dignidad de la muerte, no como algo morboso y desgraciado que uno ha de afrontar en el futuro, sino como algo de la vida cotidiana -la vida cotidiana de contemplar el cielo azul y observar el saltamontes sobre una hoja. Eso forma parte del aprender, tal como a uno le crecen los dientes y pasa por todas las incomodidades y enfermedades de la infancia. Los niños tienen una curiosidad extraordinaria. Si uno comprende la naturaleza de la muerte, entonces no les explica que todo muere, que el polvo vuelve al polvo y todas esas cosas; sin temor alguno les explica cariñosamente y les hace sentir que el vivir y el morir son una sola cosa no al final de nuestra vida después de cincuenta, sesenta o noventa años, sino que la muerte es como esa hoja.
Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .