Habíamos dudado algunas veces de si nuestro juicio sería lo bastante imparcial y amplio para
analizar respetuosamente las obras de filósofos tan insignes en nuestros tiempos como Tyndall, Huxley, Spencer, Carpenter y muchos otros. Nuestro vehemente amor a los hombres de la antigüedad, a los sabios primitivos, nos inspiraba el recelo de trasponer los límites de la justicia y negársela a quienes lo merecen; pero gradualmente se ha ido desvaneciendo toda duda y recelo al observar que somos eco débil de la opinión pública, manifestada en artículos periodísticos tan hábiles como el publicado en la Revista Nacional, correspondiente a Diciembre de 1875, con el título: Los filósofos del día, en el que se pone valientemente en tela de juicio la paternidad de los descubrimientos que los científicos modernos se atribuyen respecto a la naturaleza de la materia y del espíritu, a la formación del universo, a las peculiaridades de la mente y otros puntos igualmente interesantes. dIce a este propósito el autor del artículo que el mundo religioso se ha sorprendido y excitado ante las ideas de Spencer, Tyndall, Huxley, Proctor y otros de la misma escuela, quienes, no obstante sus innegables servicios a la ciencia, no han efectuado ningún descubrimiento, pues nada hay hasta ahora en sus más atrevidas especulaciones que no se haya enseñado en una u otra forma desde hace miles de años... los científicos no exponen sus hipótesis como descubrimientos propios; pero dejan que así lo suponga la opinión pública que, alimentada por los periódicos, acepta como artículo de fe cuanto le dicen y se maravilla de las consecuencias. Pero cuando alguien ataca en la prensa a los presuntos autores de tan sorprendentes hipótesis, tratan estos de defenderse personalmente, sin que a ninguno se le ocurra decir: “Caballeros, no se incomoden ustedes, porque nosotros no hacemos otra cosa que remendar teorías tan viejas como los montes”. Sin embargo, científicos y filósofos tienen la debilidad de dar importancia a cuanto creen que ha de allegarles nombradía inmortal. Huxley, Tyndall y aun el mismo Spencer se han erigido últimamente en infalibles pontífices y segruos oráculos de los dogmas de protoplasma, de las moléculas y formas y átomos primordiales, alcanzando con estos descubrimientos más palmas y alureles que pelos en la cabeza tuvieron Lucrecio, Cicerón, Plutarco y Séneca, no obstante el conocimiento que del protoplasma de los átomos primordiales y demás supuestas novedades se vislumbra en las obras de estos últimos autores. Precisamente a Demócrito se le llamó el filósofo atómico por su teoría de los átomos.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .