Enrique More, catedrático de la universidad de Cambridge, que no era alquimista ni mago ni
astrólogo, sino sencillamente un insigne filósofo, gozaba de universal aprecio por su profundo saber y creía firmemente en sortilegios y hechicerías. Sus ingeniosos argumentos en pro de la inmortalidad del espíritu humano, se fundan en la filosofía pitagórica aceptada por Cardan, Van Helmont y otros místicos. Según sus enseñanzas, todas las cosas proceden del increado espíritu a que llamamos Dios, lasubstancia suprema, por emanación causativa. Dios es la substancia primaria y todo lo demás la secundaria. Dios emanó la materia dotándola de poder semoviente, por lo que si bien es Dios la causa de la materia y del movimiento, podemos decir, sin embargo, que la materia se mueve por sí misma. El espíritu de Dios es, por lo tanto, una substancia indiscernible que puede moverse, infundirse, contraerse, dilatarse y también penetrar, mover y alterar la materia, su tercera emanación (1). Creía More en las apariciones y afirmaba resueltamente la individualidad del alma humana cuya memoria y conciencia persisten en la vida futura. Dice que “el cuerpo astral consta, al dejar el físico, de dos distintos vehículos: el aéreo y el etéreo. Mientras el espíritu desencarnado actúa en el vehículo aéreo está sujeto al hado, esto es, a la culpa y a la tentación, pues le queda el apego a los intereses terrenos y no es completamente puro hasta que desecha este vehículo, propio de las bajas esferas, y se eterifica, pues sólo entonces se convence de su inmortalidad, porque un cuerpo tan transparentemente luminoso como el etéreo, no proyecta sombra alguna. Cuando el alma llega a esta condición se substrae al hado y a la muerte. Esta trascendente condición de divina pureza era el único anhelo de los pitagóricos”. A los escépticos de su tiempo los trata More con despectivo rigor. De Scot, Adie y Webster, dice que son “santos de nuevo cuño y fiscales jurados de las brujas que contra toda razón, a pesar de los intérpretes y de la misma Escritura, ven en Samuel un bribón redomado”. Y termina diciendo: “¿A quién hemos de creer? ¿A la Escritura o a esos payasos henchidos de orgullosa ignorancia y vanidosa y estúpida incredulidad? Que cada cual juzgue como le parezca” (2) . ¿Qué lenguaje hubiera empleado este eminente teólogo contra los escépticos de nuestros días?.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .