No es en el momento en que la alquimia dsaparece de la actualidad histórica y
la suma de su saber empírico, químicamente válido, se encuentra integrado ei la química, ni es en esta joven ciencia donde hemos é injertar la supervivencia de la ideología de los alquimistas. La nueva ciencia química no ha utilizado más qie sus conocimientos empíricos, que no representan, por numerosos e importantes que fuesen, el verdadero espíritu de la alquimia. No hay que creer que el triunfo de la ciencia experimental haya reducido a la nada os sueños y aspiraciones de los alquimistas. Por el contrario, la ideología de la nueva época cristalizada en torno al nuevo mito del progreso infinito, acreditado por las ciencias experimentales y por la industrialización ideología que domina e inspira todo el siglo xix, recupera y asume, pese a su radical secularización, el sueño milenario del alquimista. Es en el dogma específico del siglo xix —según el cual el verdadero cometido del hombre consiste en cambiar y transformar a la Naturaleza que está capacitado para obrar mejor y más aprisa quela Naturaleza, que está llamado a convertirse en dueño le ésta—; en este dogma, decimos, es donde hay que buscar la auténtica continuación del sueño de los alquimistas. El mito soteriológico del perfeccionamiento y, en definitiva, de la redención de la Naturaleza sobrevive «camuflado» en el programa patético de las sociedades industriales, que se proponen la «transmutación» total de la Naturaleza, su transformación en «energía». En el siglo xix, dominado por las ciencias físico-químicas y el impulso industrial, es cuando el hombre consigue sustituir al Tiempo en sus relaciones con la Naturaleza. Entonces es cuando consigue en proporciones inimagina-das hasta ese momento realizar su deseo de precipitar los ritmos temporales mediante una explotación cada vez más rápida y eficaz de las minas, los yacimientos hulleros y petrolíferos; entonces es sobre todo cuando la química orgánica, movilizada para buscar el modo de forzar el secreto de las bases minerales de la Vida, abre el camino a los innumerables productos «sintéticos»; y no es posible dejar de advertir que los productos «sintéticos» demuestran por vez primera la posibilidad de abolir el tiempo, de preparar en el laboratorio y el taller sustancias en cantidades tales que la Naturaleza hubiera necesitado milenios para obtenerlas. Y sabido es hasta qué punto la «preparación sintética de la Vida», aunque fuera ba¡o la humilde forma de algunas células de proto-plasma, fue el sueño supremo de la ciencia durante toda la segunda mitad del siglo xrx y comienzos del xx; pues bien, todo esto constituía aún un sueño alquímico: el del homúnculo.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .