Un misionero cristiano fue a ver a un Maestro Zen. El anciano Maestro Zen nunca

había oído hablar de Cristo. Vivía en una cueva de una remota montaña. El misionero tuvo que tomarse muchísimas molestias para poder llegar allí. Fue un duro y arduo viaje, y también arriesgado y peligroso. Llevaba consigo su Biblia: quería convertir al anciano Maestro, porque se hablaba de él por todo el país y millones de personas le amaban y viajaban a su cueva. De modo que fue allí y le dijo al Maestro: «Me gustaría leerte algunas frases.» Y abrió la Biblia y empezó a leer el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados son los mansos, pues suyo es el Reino de Dios», y así sucesivamente. Tras unas pocas frases, el anciano Maestro dijo: «¡Espera! ¡Quien dijera eso era un Buda! Quien fuera que dijera eso era un Buda. No es necesario leer más. Yo también he experimentado eso. No hay necesidad de leer más. Sí, bienaventurados son los mansos, porque suyo es el Reino de Dios. ¡Mírame! ¡Me ha sucedido a mí!» Y este pobre misionero había venido a convertir. Había venido a convertir a este Cristo al cristianismo. ¡Quería convertir al cristianismo a un Cristo! ¡Qué absoluta estupidez! Pero aún no pudo entenderlo. Dijo: «Deja que lo lea entero. Te impresionará.» Pero el anciano dijo: «No es necesario leerlo. Quien haya dicho eso es un Buda. Sabe, sabe tanto como yo. Somos lo mismo. ¡Mírame!» Pero el cristiano era demasiado cristiano; se volvió con su Biblia pensando que este anciano estaba loco: «¿Se llama Cristo a sí mismo? ¿Cómo va a ser un Cristo?» Estaba pensando en términos de Jesús, no conocía el significado de «Cristo».

Osho . El Secreto de los Secretos: Charlas sobre el secreto de la Flor Dorada .

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