Todo esto puede sonar más bien utópico, idealista, algo a lo que el hombre sólo
puede aspirar. Pero si creemos eso, entonces seguiremos matando. El amor es tan real, tan poderoso como la muerte. No tiene nada que ver con la imaginación o el sentimiento o el romanticismo; y naturalmente, no tiene nada que ver con el poder, la posición, el prestigio. Es tan apacible como las aguas del mar, y tan poderoso como el mar; es como las aguas corrientes de un caudaloso río que fluye perpetuamente, sin principio ni fin. Pero el hombre que mata los cachorros de focas, o las grandes ballenas, sólo se interesa en su propia subsistencia. Él dirá: «Yo vivo de eso, ése es mi negocio». No le interesa en absoluto esa cosa que llamamos amor. Probablemente ama a su familia o cree que ama a su familia- y no le preocupa mayormente el modo en que se gana su subsistencia. Tal vez ésa sea una de las razones por las que el hombre vive una vida fragmentaria; parece que jamás puede amar lo que hace aunque tal vez unas pocas personas lo hagan. Si uno viviera del trabajo que ama, sería muy diferente uno comprendería la totalidad de la vida. Hemos dividido la vida en fragmentos: el mundo de los negocios, el mundo artístico, el mundo científico, el mundo político y el mundo religioso. Al parecer, pensamos que están todos separados y que deben mantenerse separados. Y así nos volvemos hipócritas, haciendo algo feo, corrupto en el mundo de los negocios y luego llegando a la casa para vivir apaciblemente con nuestra familia; esto engendra hipocresía, un doble patrón de vida.
Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .