El loto, la flor sagrada de indos y egipcios, simboliza a Brahmâ entre los primeros
y a Horus entre los segundos. Todos los templos del Tíbet y del Nepal ostentan la flor de loto, cuyo sugestivo significado es idéntico al del lirio que el arcángel Gabriel ofrece a María en las representaciones pictóricas de la Anunciación (32). Para los indos es el loto emblema de la potencia creadora de la naturaleza, por la compenetración del fuego (espíritu) con el agua (materia). Un versículo del Bhagavad Gîtâ, dice: “¡Oh Eterno! Entronizado en ti veo al creador Brahmâ sobre el loto”. Según Jones, la simiente del loto contiene ya antes de germinar el embrión de las futuras hojas; y como dice Gross (33), la naturaleza nos da en el loto un ejemplo de la anteformación de sus productos, pues la simiente de todas las plantas fanerógamas contiene la futura planta con su propia configuración. Lo mismo significa el loto para los budistas. El Bodhisat (Espíritu del Buddha) se aparece con el loto en la mano junto al lecho de Mahâmayâ o Mahâdeva, la madre de Gautama Buddha, y le anuncia el nacimiento de su hijo. De la propia suerte, la flor de loto estaba invariablemente unida en Egipto a todas las representaciones de Osiris y Horus.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .