Tenemos, por lo tanto, que para el profesor Perty, afiliado sin duda a la escuela

de Schopenhauer, son perfectamente posibles y naturales, por ejemplo, los fenómenos producidos por el fakir Kavindasami y descritos por el orientalista Jacolliot. Este fakir era hombre que por el completo dominio de su naturaleza inferior había llegado a purificarse hasta aquel punto en que casi del todo libre de su prisión puede el espíritu obrar verdaderas maravillas (33). Su voluntad y aun su solo anhelo eran potencia creadora capaz de gobernar los elementos y fuerzas de la naturaleza. El cuerpo no le servía ya de estorbo para hablar de “espíritu a espíritu” y alentar de “vida a vida”. Este fakir, con sólo extender las manos hizo germinar una semilla (34), de la que brotó una planta que en menos de dos horas creció prodigiosamente en presencia de Jacolliot, contra todas las aceptadas leyes fitológicas, hasta una altura que en circunstancias ordinarias hubiese requerido algunas semanas. ¿Fue milagro? Ciertamente lo fuera con arreglo a la definición de Webster, según la cual es milagro todo suceso contrario a la establecida constitución y marcha de las cosas, en pugna con las leyes conocidas de la naturaleza. ¿Pero están seguros los naturalistas de que lo establecido por la observación es inmutable o de que conocen todas las leyes de la naturaleza? El caso del fakir resulta algo más notablemente milagroso que los experimentos llevados a cabo en Filadelfia por el general Pleasanton, pues si éste lograba acrecentar la lozanía y fertilidad de sus viñas hasta puntos increíbles, por los rayos violetas de luz artificial, el fluido magnético que emanaba de las manos del fakir estimuló el más rápido crecimiento de la semilla índica, concentrando en ella el akâsa o principio vital (35) cuya corriente pasaba en flujo continuo de las manos del fakir a la planta, cuyas células avivaba con estupenda actividad, hasta terminar su crecimiento.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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