LUZ ASTRAL. – Es la luz sideral de Paracelso y de otros filósofos herméticos. Físicamente

es el éter de la ciencia moderna; y metafísicamente, en su espiritual y oculto sentido, es algo más de lo que comúnmente se entiende por éter. La física y alquimia ocultas demuestran que sus ilimitadas ondulaciones abarcan, no sólo “la esperanza y potencia detoda cualidad de vida”, según afirma Tyndall, sino también la actualización de la potencia de cada una de las cualidades del espíritu. Los alquimistas y herméticos creen que el éter astral o sideral, con las propiedades del azufre y las magnesias blanca y roja o magnes, es, tanto espiritual como materialmente, el Anima mundi, el laboratorio de la Naturaleza y del Cosmos. El “Gran Magisterio” se manifiesta por sí mismo en los fenómenos del hipnotismo, en la levitación del hombre y de objetos inertes, y puede llamarse éter en el aspecto espiritual. La denominación astral es antigua, y ya la usaban algunos neoplatónicos. Porfirio dice que el cuerpo celestial está siempre unido al alma y es “inmoral, luminoso y semejante a una estrella”. La raíz de la palabra astral es tal vez la voz escita aist-aer (estrella) o la asiria istar, que significa lo mismo. Como los rosacruces consideraban lo real directamente opuesto a lo aparente y enseñaban que la luz para la materia era obscuridad para el espíritu, decían que éste moraba en el océano astral de invisible fuego que rodea al mundo y pretendían haber descubierto el origen del también invisible espíritu divino, que desde el trono del invisible y desconocido Dios cobija a todo hombre y equivocadamente se le llama alma. Como la Causa primera es invisible e imponderable, únicamente podían los alquimistas probar sus afirmaciones por los efectos que, dimanantes del universo invisible, se manifiestan en el mundo físico. Demuestran los alquimistas que la luz astral penetra la totalidad del Cosmos y late hasta en la más ínfima partícula de roca, diciendo que la chispa del pedernal es el perturbado espíritu de esta piedra, que, al tiempo de brotar, desaparece inmediatamente en las regiones de lo desconocido. Paracelso la llamaba luz sideral y consideraba los astros (incluso nuestra tierra) como porciones condensadas de luz astral, “caídas en la generación y en la materia”., pero cuyas emanaciones magnéticas o espirituales conservaban incesante comunicación con el origen patrio de la luz astral. A este propósito dice: “Los astros nos atraen hacia ellos; y nosotros los atraemos hacia nosotros. Madera es el cuerpo y fuego la vida que, como la luz, viene de las estrellas y los cielos. La magia es la filosofía de la alquimia” (37). Todo lo del mundo espiritual, ha de llegarnos a través de las estrellas, y si estamos en armonía con ellas, obtendremos inmensos efectos mágicos. “Así como el fuego pasa a través de una estufa de hierro, así también los astros pasan a través del hombre y le comunican sus propiedades, del mismo modo que la lluvia fertiliza la tierra en que penetra. Los astros rodean a la tierra, como el cascarón al huevo. A través del cascarón pasa el aire y penetra hasta el centro del mundo”. El cuerpo humano, lo mismo que la tierra, los planetas y las estrellas, está sujeto a la doble ley de atracción y repulsión y saturado del influjo doblemente magnético de la luz astral. Todo es doble en la naturaleza: el magnetismo es positivo y negativo, activo y pasivo, masculino y femenino. La noche descansa al hombre de la actividad del día y restablece el equilibrio, tanto de la naturaleza humana como de la cósmica. Cuando el hipnotizador aprenda el secreto de polarizar la acción y dar a su fluido fuerza bisexual, será el mayor de los magos vivientes. Así, pues, la luz astral es andrógina porque el equilibrio resulta de dos fuerzas que eternamente actúan una sobre otra. El resultado de esta acción es la VIDA. Cuando las dos fuerzas se gastan y permanecen largo tiempo inactivas, equilibrándose una con otra en reposo completo, sobreviene la condición de.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice