De esta sublime verdad de que el hombre es un pensamiento del Dios de los

seres, se deduce una vasta iluminación sobre nuestra ley y nuestro destino: que la causa final de nuestra existencia no puede concentrarse en nosotros, sino que debe guardar relación con el origen que nos ha engendrado como pensamiento, que nos separa de él para operar fuera de las limitaciones de operación que le impone su unidad no subdividida. Pero ese origen debe ser, sin embargo, su meta y final, lo mismo que todos nosotros somos aquí abajo la meta y el final de los pensamientos que creamos, que no son más que otros tantos órganos e instrumentos que empleamos para cooperar en la realización de nuestros planes, de los que nuestro nosotros es siempre el objeto. Por eso es por lo que este pensamiento del Dios de los seres, ese nosotros, debe ser el camino por donde debe pasar toda la Divinidad entera, del mismo modo que nosotros nos introducimos todos los días completamente en nuestros pensa- mientos para hacer que alcancen la meta y el fin cuya expresión son ellos y para que lo que está vacío en nosotros quede lleno en nosotros, ya que ése es el deseo secreto y generalizado del hombre y, por consiguiente, es también el de la Divinidad, de la que el hombre es imagen.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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