El problema consiste en resolver el conflicto conservando la voluntad libre; determinar la voluntad a
lo mejor, siendo lo mejor objeto de elección. Debe escogerse lo mejor, pero por un acto de volición autonómica, que dimane rectamente de una necesidad ordenada de antemano. La certeza de una ley impulsiva ha de obtenerse de voluntades innumerables, cada una de las cuales sea libre de determinar su propio curso. La solución de este problema es sencilla una vez conocido, por más que la contradicción parezca irreductible a primera vista. Que el hombre sea libre de determinar sus propios actos, pero que cada uno de éstos produzca un resultado inevitable; que el hombre discurra libremente entre todos los objetos del deseo y escoja el que quiera, pero que sufra las consecuencias de su elección, agradables o penosas, y al cabo rechazará espontáneamente los objetos cuya posesión trae aparejado el dolor, no apeteciéndolos ciertamente desde el punto y hora en que haya adquirido la completa experiencia de que su posesión acaba en quebranto. Luchando por lograr el placer y evitar la pena, procurará que no le aplasten las tablas de la ley; y la lección se repetirá el número de veces que sea necesario, a cuyo fin proporcionarán las reencarnaciones tantas vidas como requiera el más perezoso discípulo. Poco a poco desaparecerá el deseo de los objetos que producen al cabo sufrimiento, y aunque la cosa se presente envuelta en todo su tentador espejismo, la rechazará no por impulsión externa, sino por libre elección. Ha dejado ya de ser apetecible; ha perdido su poder.
Annie Besant . La sabiduría antigua .