«Cuando yo estaba con ellos en el mundo, los mantenía en tu nombre. He mantenido

a los que me has dado y no se ha perdido ninguno de ellos, sino solamente el que era hijo de perdición, para que se cumpliese la escritura». La presencia del hombre nuevo entre los suyos es suficiente para protegerlos y, si el hombre cuidase de su círculo en santidad, no perdería a ninguno de los que están en él, con excepción del hijo de perdición que hay también en nosotros, que debe colaborar en nuestra regeneración, lo mismo que ha colaborado en nuestra perdición; pero, al haber colaborado con éxito en nuestra perdición, ha de sentir por fuerza vergüenza al colaborar en nuestra liberación, para que la justicia que se ha pronunciado contra él desde el momento del crimen y se ha promulgado en las escrituras, se lleve a cabo en nuestra santificación, como ocurre con Iscariote, que asistió a la cena celebrada por el reparador y tuvo éxito al entregarlo a los príncipes de la sinagoga; pero, para él, el sacrificio glorioso de este reparador no fue después nada más que una vergüenza y un castigo más.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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