En relación directa con el simbolismo sexual y marital encontramos el sortilegio sangriento. Mo-ye y
Kan-tsiang, macho y hembra, son una pareja de espadas; también, como marido y mujer, son un matrimonio de herreros. Kan-tsiang, el marido, recibió el encargo de forjar dos espadas, se puso mano a la obra y no pudo conseguir, después de tres meses de esfuerzo, que el metal entrara en fusión. A su mujer, Mo-ye, que le preguntaba la razón de su fracaso, le respondía evasivamente. Ella insistió, recordándole el principio que la transformación de la materia santa (el metal) exige para verificarse (el sacrificio de) una persona. Kan-tsiang contó entonces que su maestro sólo había conseguido que se realizara la fusión arrojándose él mismo con su mujer en el horno. Mo-ye se declaró entonces presta a dar su cuerpo si también su marido daba a fundir el suyo (Granet, p. 500). Se cortaron los cabellos y las uñas. «Juntos arrojaron al horno los cabellos y las raspaduras de uñas. Dieron la parte por dar el todo» (ibíd., p. 501). Y según otra versión: «Como Mo-ye preguntase a su marido por qué no se realizaba la fusión, éste respondió: 'Ngeu, el fundidor, mi difunto maestro (o el Viejo Maestro), quería fundir una espada, y como no se produjese la fusión, se sirvió de una doncella para desposarla con el genio del horno.' Mo-ye, al oír estas palabras, se arrojó dentro del horno y la colada se hizo» (ibíd., p. 501, n. 3). El Wu-Yue-tch'uen-isieu (c. 4.°), describiendo la fabricación de dos «ganchos o cuchillas en forma de hoz», señala que el artesano las ha consagrado con la sangre de sus dos hijos (ibíd., página 502, n. 2). «Cuando Keu-tsien, rey de Yue, se hizo fundir ocho espadas maravillosas antes de recoger el metal sacrificó bueyes y caballos blancos al genio de Kuen-wu. Kuen-wu es un nombre de espada» (ibíd., p. 493)13. El tema de un sacrificio, incluso personal, con ocasión de la fusión, motivo mítico-rítual en relación más o menos directa con la idea del matrimonio místico entre un ser humano (o una pareja) y los metales, es particularmente importante. Morfológicamente, este tema se inscribe en la gran clase de sacrificios de «creación», cuyo modelo ejemplar en el mito cosmogónico acabamos de ver. Para asegurar la fusión, «el matrimonio de los metales», es preciso que un ser vivo «anime» la operación, y el mejor camino para ello sigue siendo el sacrificio, la transmisión de una vida. El alma de la víctima cambia de envoltura carnal: cambia su cuerpo humano por un nuevo «cuerpo» —un edificio, un objeto, sencillamente una operación—, al cual hace «vivo», al que «anima». Los ejemplos chinos que acabamos de citar parecen conservar el recuerdo de un sacrificio humano para el éxito de la obra metalúrgica. Sigamos la investigación en otras zonas culturales. Veremos en qué medida el sacrificio de los hornos constituye una aplicación del mito cosmogónico y los nuevos valores que desarrolla.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .