Sin embargo, la utilización de los meteoritos no era susceptible de promover una «edad del

hierro» propiamente dicha. Durante todo el tiempo en que duró el metal fue raro (era tan preciado como el oro) y se usaba casi de forma exclusiva en los ritos. Fue necesario el descubrimiento de la fusión de los minerales para inaugurar una nueva etapa en la historia de la Humanidad: la edad de los metales. Esto es verdad, sobre todo por cuanto se refiere al hierro. A diferencia de la del cobre y del bronce, la metalurgia del hierro se hizo rápidamente industrial. Una vez descubierto o conocido el secreto de fundir la magnetita o la hematites, no hubo ya dificultades para procurarse grandes cantidades de metal, ya que los yacimientos eran bastante ricos y bastante fáciles de explotar. Pero el tratamiento del hierro terrestre no era como el del hierro meteórico, difiriendo asimismo de la fusión del cobre o del bronce. Fue solamente tras el descubrimiento de los hornos, y sobre todo del reajuste de la técnica del «endurecimiento» del metal llevado al rojo blanco, cuando el hierro adquirió su posición predominante. Los comienzos de esta metalurgia, en escala industrial, pueden fijarse hacia los años 1200-1000 a. de J. C, localizándose en las montañas de Armenia. Partiendo de allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien, como acabamos de ver, el hierro, ya fuese de origen meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio a. de J. C. en Mesopotamia (Tell Asmar, Tell Chagar Bazar, Mari), en el Asia Menor (Alaca Hüyük) y probablemente en Egipto (Forbes, pp. 417 y ss.). Hasta mucho después el trabajo del hierro siguió fielmente los modelos y estilos de la edad del bronce (del mismo modo que la edad del bronce prolongó la morfología estilística de la edad de piedra). El hierro aparece entonces en forma de estatuillas, ornamentos y amuletos, Durante mucho tiempo conservó un carácter sagrado que, por otra parte, sobrevive entre no pocos «primitivos».

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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