Amargura corporal, amargura espiritual, amargura divina, venid a estableceros en nuestro ser, ya que os
habéis convertido en el alimento indispensable de nuestras tinieblas y de nuestra enfermedad. ¡Que la amargura espiritual del cáliz se una a nuestra amargura espiritual particular y forme así este medicamento activo y saludable que debe consumir todas nuestras sustancias falsas para dejar que revivan nuestras sustancias verdaderas amortecidas! ¡Desgraciado el que quiera rechazar este medicamento regenerador! No conseguirá más que aumentar sus males y hacer que, con el tiempo, sean incurables. Pues esta penitencia es de tal índole que es la única que puede hacer que resucite en nosotros el espíritu, lo mismo que el espíritu es el único que puede hacer que resucite la palabra y la palabra, que resucite la vida, teniendo en cuenta que hoy día no se puede hacer nada si no es por medio de concentraciones, ya que ése ha sido el origen del principio de las cosas, tanto físicas como espirituales. Esa penitencia, repito, es de tal índole que da al hombre la poderosa tranquilidad de la confianza y la terrible fuerza de la calma, cosas tan desconocidas para los hombres del torrente, que no tienen nada más que el coraje de la desesperación y la fuerza de la ira. Ésta es la penitencia por la que el pastor se digna venir a disfrazarse de lobo, que somos nosotros, para salvar de nuestros dientes al desgraciado rebaño que nosotros devoramos, mientras que, con la penitencia humana y exterior, es el mismo lobo el que se disfraza con la piel del pastor, para devorar al mismo tiempo al rebaño y al pastor, separándolos al uno del otro. Ésta es la penitencia que borra de nosotros no sólo las manchas del pecado, sino hasta su recuerdo y su conocimiento.
Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .