Vimos después, en términos generales, que la evolución atómica podía dividirse en dos etapas: una,

la atómica; la otra, a falta de mejor término, la radiactiva. La etapa ató¬mica es ésa donde el átomo vive su vida autocentrada, pre¬ocupándose totalmente de su propia evolución y del efecto producido por sus contactos. A medida que prosigue la evo¬lución, se evidencia que el átomo comienza a reaccionar a una vida mayor fuera de sí mismo y tenemos aquí un período análogo al de la construcción de formas, donde los átomos de sustancia son atraídos por una mayor carga de energía o fuerza eléctrica positiva, si desean llamarla así, que los absorbe o atrae y construye una forma con ellos, que a su vez se convierten en electrones. Vimos que en nuestro caso y en el de toda unidad autoconsciente, se sigue el mismo procedimiento y que posemos una vida central que man¬tiene dentro de la esfera de su influencia a los átomos que constituyen los distintos cuerpos, físico, emocional y men¬tal; también que nos manifestamos, nos movemos y vivimos nuestra vida, desarrollamos nuestros propósitos, atrayendo hacia sí átomos de sustancia adecuados a nuestra necesidad para poder así realizar los necesarios contactos. Estos átomos son, para nosotros, la vida central, lo que los electro¬nes para la carga central positiva en el átomo de sustancia. Después comprendimos que si esto es verdad, es decir, si existe una etapa autocentrada o período estrictamente atómico para el átomo y para el átomo humano, entonces se podría decir lo mismo del átomo del planeta, habitado por su Vida central espiritual. De allí entramos en el campo de las conjeturas y consideramos que todo lo que transcurre en el planeta se debe a la condición autocentrada de la Entidad que lleva a cabo su propósito por medio del planeta. Finalmente introducimos la misma idea en conexión con el sistema solar.

Alice A. Bailey . La Conciencia del Átomo .

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