Los valientes conceptos de Schopenhauer difieren completamente de los de la mayoría de experimentadores. Dice

el ilustre filósofo: “En realidad no cabe distinguir entre materia y espíritu. La gravitación de una piedra es tan inexplicable como el pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos por qué cae al suelo un objeto material, tampoco sabremos si este objeto es o no capaz de pensar... Aun en las mismas ciencias físicas, tan pronto como pasamos de lo experimental a lo especulativo, de lo físico a los metafísico, nos atajan el paso las enigmáticas fuerzas de cohesión, afinidad, gravitación, etc., cuyo misterio es para nuestros sentidos tan profundo como la voluntad y el pensamiento humanos. Entonces nos vemos frente a frente de las inescrutables fuerzas de la naturaleza. ¿Dónde está, pues, esa materia que presumís de conocer tan bien y con la que os creéis familiarizados hasta el punto de deducir de ella todas vuestras teorías y de atribuirle cuanto os parece? Nuestra razón y nuestros sentidos sólo son capaces de conocer lo superficial, pero jamás penetrarán en la íntima substancia de las cosas. Tal era la opinión de Kant. Si admitís algo espiritual en el hombre, forzosamente habéis de admitirlo también en la piedra. Si vuestra muerta y pasiva materia tiene la propiedad de gravitar, atraer, repeler y fulgurar, no es razón negarle la de pensar como piensa el cerebro. En suma: cada partícular del llamado espíritu puede substituirse equivalentemente por otra de materia, y cada partícula de materia, por otra de espíritu... Así resulta que la cartesiana división de las cosas en materia y espíritu es filosóficamente inexacta, y conviene diferenciarlas en voluntad y manifestación, con la ventaja de espiritualizar todas las cosas, pues lo real y objetivo, los cuerpos y la materia de la división cartesiana, los consideramos como manifestación dimanante de la voluntad” (32). Estas opiniones corroboran lo que ya dijimos acerca de las diversas denominaciones dadas a una misma cosa, como si los adversarios disputaran sobre palabras. Llámese fuerza, energía, electricidad, magnetismo, voluntad o potencia espiritual a la causa del fenómeno, siempre será la parcial manifestación del alma, encarnada o desencarnada, de una partícula de la inteligente, omnipotente e individual Voluntad que llena la naturaleza toda y a que, por insuficiencia de lenguaje humano para expresar los conceptos psicológicos, llamamos Dios. Las ideas que sobre este punto exponen algunos filósofos modernos son erróneas en muchos aspectos, desde el punto de vista cabalístico. Hartmann califica sus propias opiniones de prejuicio instintivo y afirma que la experimentación no ha de tener por objeto la materia propiamente dicha, sino las fuerzas que en ella actúan, de lo cual infiere que la llamada materia es tan sólo agregación de fuerzas atómicas, pues de lo contrario sería la materia una palabra sin sentido científico. Mas a pesar de su sincera confesión, de que nada saben con seguridad acerca de ella (33), los experimentadores físicos, fisiólogos y químicos divinizan la materia. Todo fenómeno con cuya explicación no aciertan, sirve de incienso en el altar de la diosa predilecta de la ciencia. Nadie trata tan magistralmente este asunto como Schopenhauer en su Parerga. Estudia detenidamente el magnetismo animal, la terapéutica simpática, la profecía, la magia, los agüeros, las apariciones espectrales y otros fenómenos psíquicos, respecto de lo cual dice: “Todas estas manifestaciones son ramas del mismo árbol y prueban irrefutablemente la existencia de una categoría de seres pertenecientes a un orden de la naturaleza muy distinto del que se basa en las leyes del espacio, del tiempo y de la adaptación. Este otro orden es mucho más profundo porque es el originario y directo, y de nada valen las comunes leyes de la naturaleza que tan sólo atañen a la forma. Por lo tanto, bajo el régimen de este orden superior, ni el tiempo ni el espacio pueden separar a las entidades individuales, y la separación determinada por las formas corpóreas no son barreras infranqueables para el intercambio de pensamientos y la inmediata acción de la voluntad. De este modo pueden ocurrir cambios por procedimientos completamente diferentes de la causalidad física, es decir, mediante la voluntad manifestada en acción, externamente al individuo. Así resulta que el carácter peculiar de las antedichas manifestaciones es la visión y acción a distancia, tanto respecto del tiempo como del espacio. Esta acción a distancia es precisamente la característica fundamental de la llamada magia, porque es la acción inmediata de nuestra voluntad, una acción independiente de las condiciones causales de la acción física, es decir, del contacto material. “Además, estas manifestaciones contradicen lógica y esencialmente el materialismo, y aún el naturalismo, porque de ellas se infiere que el orden de cosas consideradas por estas dos últimas escuelas como absolutas y exclusivamente legítimas, resultan, por el contrario, superficiales y fenoménicas, en cuyo fondo hay algo aparte y del todo independiente de sus propias leyes. Por lo tanto, estas manifestaciones psíquicas son las más importantes de cuantas se han ofrecido al estudio de observación, por lo menos desde el punto de vista puramente filosófico, y todo científico está obligado a conocerlas” (34).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice