Respecto a las propiedades terapéuticas del magnetismo informó la comisión diciendo: “La Academia tiene el

deber de estudiar experimentalmente el magnetismo y prohibir su empleo a personas que, por extrañas al arte, abusan de él y lo convierten en materia de especulación y lucro”. Igual criterio han sustentado los más respetables tratadistas del moderno espiritismo. El informe de la Comisión promovió largos debates en el seno de la Academia, que dieron por resultado el nombramiento (Mayo 1826) de otra compuesta de médicos tan ilustres como Leroux, Bourdois de la Motte, Double, Magendie, Guersant, Husson, Thilaye, Marc, Itard, Fouquier y Guénau de Mussy. Durante cinco años prosiguió esta nueva comisión sus tareas, resumidas en un informe redactado por Husson. Decía el informe: “Ni el contacto de manos ni el roce ni los pases son necesarios en absoluto, pues bastan a veces la voluntad y la fijeza de mirada para producir el fenómeno magnético, aun sin el consentimiento de la persona magnetizada... Hemos comprobado que ciertos efectos terapéuticos dependen exclusivamente del magnetismo y no pueden obtenerse sin él... El estado sonambúlico es indudable y desenvuelve las nuevas facultades llamadas clarividencia, intuición y previsión íntima... El sueño magnético ha sobrevenido en circunstancias tales, que los magnetizados no podían ver absolutamente nada e ignoraban por completo los medios empleados para provocarlo... El magnetizador puede poner al sujeto en estado sonambúlico sin que lo sepa ni le vea, a determinada distancia y a través de puertas cerradas... Parece como si se embotaran los sentidos corporales del magnetizado y que actuara una segunda entidad... Los sujetos dormidos no se dan cuenta de los ruidos externos, aunque resuenen junto a ellos insólitamente y de tanto estrépito como el golpeteo de vasijas de cobre, caída de objetos pesados y golpes fortísimos... También se les puede inhalar ácido clorhídrico o amoníaco, sin daño alguno y sin que se percaten de ello... Pudimos cosquillearles con una pluma las plantas de los pies, las ventanas de la nariz y los ojos, sin la menor señal de sensación y fue posible, además, pellizcarles hasta acardenalar la piel y meterles astillas entre uña y carne sin el más leve estremecimiento. Cierto sujeto permaneció insensible a una dolorosa operación quirúrgica, sin que se le descompusiera el semblante ni se alterasen el pulso ni la respiración... Mientras el sujeto se halla en estado sonmbúlico conserva las mismas facultades que en el de vigilia y aun la memoria parece más fiel y amplia... Vimos dos sonámbulos que con los ojos cerrados distinguían cuantos objetos se les ponían delante y acertar sin tacto alguno el palo y valor de los naipes, leer palabras manuscritas y líneas enteras de libros abiertos al acaso, aun cuando para mejor comprobación se les oprimiesen los párpados con la mano... Uno predijo, con algunos meses de anticipación, el día, hora y minuto en que le sobrevendrían los ataques epilépticos y cuando habían de cesar; y otro vaticinó la época de su curación. Ambas previsiones tuvieron exacto cumplimiento... Hemos reunido y comunicado pruebas suficientes para que la Academia estimule las investigaciones sobre el magnetismo con rama curiosísima de la psicología y de las ciencias naturales... Los fenómenos son tan extraordinarios que tal vez la Academia repugne admitirlos, pero nos han guiado exclusivamente impulsos de tan elevado carácter como el amor a la ciencia y la necesidad de corresponder a las esperanzas que la Academia había fundado en nuestro celo y diligencia” (16). Estos temores se vieron confirmados en parte, pues un individuo de la comisión, el fisiólogo Magendie, que no había presenciado los experimentos, se negó a firmar el informe y expuso una especie de voto particular en su tratado de Fisiología Humana, en que después de resumir los fenómenos a su manera, dice: “El respeto propio y la dignidad de la profesión demandan que se proceda muy circunspectamente en estos asuntos. Los médicos ilustrados recordarán con cuánta facilidad degenera lo misterioso en charlatanería y cuán propensa es la profesión a degradarse aun en manos de respetables titulares”. Nada deja traslucir, en las cuatro páginas de su obra dedicadas al mesmerismo que Magendie formase parte de la comisión elegida por la Academia en 1826 ni que se hubiera excusado de asistir a sus reuniones, faltando así a su deber, pues no quiso inquirir la verdad de los fenómenos mesméricos, y, sin embargo, dio particular informe sobre ellos. El “respeto propio y la dignidad profesional” exigían por lo menos su silencio. Treinta y ocho años más tarde, el ilustre físico Tyndall, cuya reputación iguala si no supera a la de Magendie, repugnó imitar tan insidiosa conducta y no quiso aprovechar la oportunidad de investigar los fenómenos espiritistas y arrebatarlos de entre manos de ignorantes o poco escrupulosos indagadores, aunque en su obra Fragmentos de ciencia incurre en las descortesías a que ya nos referimos. Sin embargo, algo intentó Tyndall, y ello basta. Dice en la citada obra que cierta noche se metió debajo del trípode para observar el fenómeno de los golpes y salió de allí con un sentimiento de compasión hacia la humanidad cual nunca hasta entonces lo sintiera. Para apreciar el valor del insigne físico al buscar a tientas la verdad en esta ocasión recurriremos al ejemplo de Israel Putnam, que se desliza a gatas para sorprender a la loba en su madriguera y matarla; pero Tyndall cayó entre los dietnes de su loba y bien pudiera ostentar por mote de su escudo: Sub mensa desperatio. El doctor Alfonso Teste, distinguido científico contemporáneo, al tratar de la comisión de 1824, dice que su informe conmovió profundamente a todos los académicos, aunque pocos quedaron convencidos, y añade: “Nadie podía dudar de la veracidad de los comisionados cuya competencia y buena fe eran innegables, pero se sospechaba de que les hubieran engañado. Realmente hay verdades tan infortunadas que comprometen a quien las cre y más todavía a quien cándidamente las confiesa en público”. Así lo corrobora la historia desde los tiempos más remotos hasta nuestros días.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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